Comentario Pastoral

OVEJAS DEL BUEN PASTOR

Este domingo, conocido como el del Buen Pastor, recientemente desde tiempos del Papa Pablo VI tiene el matiz propio de ser Jornada de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Y en algunas partes es también el día de la parroquia. Estos dos aspectos no deben desdibujar el sentido propio de este domingo pascual, sino integrarse convenientemente en la liturgia.

Una de las imágenes bíblicas más entrañables es la del pastor. Ya en las catacumbas y en los mosaicos de las antiguas basílicas es frecuente la imagen del «buen pastor», joven y fuerte, que carga una oveja sobre sus hombros. Pastor y cordero son una misma realidad dentro de la maravillosa unidad de las imágenes terrenas usadas para representar al Cristo pascual desde la primitiva Iglesia. Son rasgos propios del pastor la fortaleza, el aguante, el silencio, la sensibilidad, la capacidad de observación, la sencillez de un rico mundo espiritual, la constancia. Todas estas características encerradas en la figura, frecuentemente enjuta y curtida, del pastor, hacen que sea persona entrañable e imprescindible en la experiencia de la vida rural de todos los tiempos, aunque muchos de nosotros, habitantes de la gran ciudad y un tanto tecnificados, tengamos que hacer un esfuerzo para captar la riqueza de su significado.

El trozo de evangelio que se lee este año, la última parte de la parábola, está centrado en la relación que existe entre las ovejas y el pastor Jesús, que se presenta a si mismo como pastor verdadero, identificándose de esta manera con Dios, a quien los profetas y salmos proclaman como el Pastor de Israel. «Yo y el Padre somos uno».

Sabido es que las ovejas son animales con poco instinto de orientación; por eso necesitan la ayuda de la constante dirección y defensa. Necesitan oír la voz conocida del pastor para seguirlo.

Igual nosotros, para superar el extravío y recuperar la orientación fundamental de la vida, debemos escuchar siempre la voz de Cristo, pastor doliente y a la vez cordero inmolado en la cruz, y reconocerlo vivo en la fracción del pan, memorial de su Resurrección. El tiempo pascual abunda en la necesidad de este conocimiento, que significa seguimiento y unión con Jesús.

Cristo, Cordero-Pastor domina toda la liturgia de hoy. El pastor supremo y todos los que en la historia, a través del Sacerdocio ministerial, continúan esta tarea deben ser guías y compañeros de viaje en la peregrinación a las fuentes de la vida.

El rebaño-comunidad es guiado siempre por la Palabra, que es válida siempre para todas las personas de diversa cultura, convicciones políticas y mentalidad. El rebaño-comunidad vive en la unidad de la Palabra y del Pastor.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 13, 14. 43-52 Sal 99, 2. 3. 5
Apocalipsis 7, 9. 14b-17 San Juan 10, 27-30

de la Palabra a la Vida

«Yo les doy la vida eterna…y nadie las arrebatará de mi mano». Estas palabras de Jesús en evangelio son un descanso para el bautizado. Aquel que, por el agua y el Espíritu, ha sido hecho parte del rebaño de Cristo, y que desde muy pronto ha comenzado a experimentar la dureza de la vida cristiana, la exigencia de no dejarse llevar por otras voces sino únicamente por la voz de Cristo, tiene que guardar como un tesoro en su corazón, pero a la vez como una verdad a la que recurrir constantemente, estas palabras que salen de la boca de Cristo.

Solamente aprendiendo de la docilidad del cordero iremos en pos del buen pastor que nos guía. Una guía que tiene una meta: la vida eterna. La Pascua de Cristo, bien lo sabemos, nos ha obtenido la vida eterna. Ese es el fruto más valioso. Por eso, la voz de Cristo debe resonar nítida en nuestro corazón cada día, porque junto al consuelo de la promesa se encuentra la responsabilidad de saber que no se trata de un don automático, sino que Dios cuenta con nosotros y nuestra colaboración. A nosotros nos corresponde, dice el evangelio, escuchar y seguir. La vida del cristiano es una lucha por escuchar a Cristo, más que a uno mismo, y por seguir la voz y el ejemplo de este Pastor, no de buscarnos a nosotros mismos y nuestras palabras «sabias»…

También Pablo y Bernabé, en la primera lectura, hacen oír la voz del buen pastor, pues en sus palabras puede encontrarse esa misma vida eterna: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideraréis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles».

Como Cristo se ha convertido en la Pascua en salvador universal, de todos los pueblos, su palabra resuena para judíos y gentiles, para gentes «de toda nación, raza, pueblos y lenguas». El Apocalipsis nos manifiesta cumplida la advertencia de Pablo. Paseamos por nuestras calles hoy, y nos cruzamos con gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. La salvación es ofrecida a todos, nos es ofrecida a nosotros.

En realidad, sucede también así en nuestras reuniones litúrgicas: gentes de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, de toda edad y condición social, celebraciones en nuestra lengua española, pero conviviendo con el latín, el griego, el hebreo, quizás también con lenguas modernas… y resuena la afirmación de Cristo en el evangelio: «escuchan mi voz»… a su voz que nos llama: «Dominus vobiscum», respondemos con nuestras voces: «Y con tu espíritu». La liturgia es el lugar en el que se escucha la voz de Cristo, es el germen del Apocalipsis, el inicio de esa celebración victoriosa, siguiendo al Pastor. Escuchar esa voz es también la advertencia que Pablo y Bernabé nos hacen en la primera lectura: van a los judíos y son injuriados, y se van a los gentiles: «se les quitará la viña y se le arrendará a otros labradores que den los frutos a su tiempo». Igual nos sucederá si no aprendemos en la liturgia a reconocer la voz de Cristo.

¿Es nuestra celebración una escucha del Buen Pastor? ¿Participamos reconociendo, no entre las voces que se oyen, sino en ellas, al Buen Pastor? ¿Nos alegramos con su victoria pascual? Reconocer la presencia de Cristo que nos guía en la liturgia es aprender para poder reconocerlo después en la vida.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Para orar con la liturgia: una Illatio de la liturgia mozárabe

Es justo y necesario que alabemos la potencia de tu poder, oh Señor, y reconozcamos en el Hijo la plenitud de la majestad del Padre. Por Él restituyes y restauras todas las cosas; Tú lo enviaste al mundo revestido de la naturaleza humana, para amar en nosotros lo que amabas en tu Hijo. Se ha cumplido cuanto habías anunciado por la boca de los profetas; se ha realizado cuanto habías predicho acerca de su venida.

Éste es pues el león de la tribu de Judá, valeroso en la lucha.
Éste es el cachorro de león que surge victorioso de la muerte.
Éste es el Cordero inmaculado desde mucho tiempo necesario para ser inmolado.
Éste es la piedra que desecharon los constructores, que llegó a ser después admirable, establecida como piedra angular de la Iglesia.
Éste es el caudillo y príncipe del ejército celestial.
Éste es el Esposo y Señor de la Iglesia.

Estaba prefigurado en Noé no sólo como piloto del arca, sino también de la Iglesia; estaba en Abrahán como fiel culmen de la estirpe patriarcal; en Isaac como misterio de su gloriosa inmolación; en Jacob como inmejorable de paciencia; en todos los santos como plenitud de toda justicia.

Por esto, todos los ángeles y arcángeles no cesan de cantar cada día, a una voz, diciendo: Santo, Santo, Santo…


Diego Figueroa

 

 

Para la Semana

Lunes 18:

Hechos 11,1-18. También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.

Sal 41. Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo.

Juan 10,1-10. El buen pastor da la vida por lasovejas.
Martes 19:

Hechos 11,19-26. Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús.

Sal 86. Alabad al Señor, todas las naciones.

Juan 10,22-30. Yo y el Padre somos uno.
Miércoles 20:

Hechos 12,24-13,5a. Apartamos a Bernabé y a Saulo.

Sal 66. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Juan 12,44-50. Yo he venido al mundo como luz.
Jueves 21:

Hechos 13,13-25. Dios sacó de la descendencia de David un salvador: Jesús.

Sal 88. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Juan 13,16-20. El que recibe a mi enviado me recibe a mí
Viernes 22:

Hechos 13,26-33. Dios ha cumplido su promesa resucitando a Jesús.

Sal 2. Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Juan 14,1-5. Yo soy el camino y la verdad y la vida.
Sábado 23:

Hechos 13,44-52. Sabed que nos dedicamos a los gentiles.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios

Juan 14,7-14. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre