Saltamos unos capítulos del Evangelio de San Juan y este nos introduce en una imagen nueva y muy suya: la luz. Nos ha presentado a Jesús como puerta y como pastor, ahora nos presenta a Jesús como luz: Yo he venido al mundo como luz. En el capítulo octavo nos explica qué significa esto: …el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8, 12).

Ya desde el comienzo del Evangelio Juan nos presenta a Jesús como luz. En el prólogo a su evangelio nos presenta a Jesús frente a Juan bautista desde esta perspectiva: Juan no era la luz sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo (Jn 1, 8-9). Pero el drama del hombre de entonces como el del hombre actual es que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas (Jn 3, 19).

Pero Jesús no se cansa de buscar al hombre, a todo hombre. Y en especial a aquel que vive en la oscuridad y en las tiniebla. Y Juan, en el capítulo 8, en medio de la solemnidad de la fiesta de las Tiendas exclama: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en las tinieblas (Jn 8, 12).

En este contexto y acercándonos a la pasión del Señor, de una manera desgarradora, el discípulo amado nos presenta a Judas como lo más contrario a la luz: Judas era noche (Jn 13, 30).

Finalmente en primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro… Jesús, resucitado, brilló con nuevo esplendor. Esa luz que nos recuerda el cirio Pascual y que en la noche santa de la Resurrección iluminó la oscuridad de todos los Templos del orbe entero y que la Iglesia cantaba con el pregón de la siguiente manera: Te rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén.

Caminar en la luz, creer en Jesús y seguirle. He ahí tres maneras distintas de decir lo mismo. Es siguiendo a Jesús, en la Iglesia donde tendremos la luz de la vida. Pegados al que es la Luz quedaremos transformados en luz para otros.

En esta línea el papa Francisco en su primera encíclica nos ha presentado la fe como una luz que nos hace ver más. ¡Lejos de entender la fe como fe ciega! No, la fe es luminosa, nos hace ver porque Quien cree ve ya que la luz de la fe viene de Dios y esta tiene la capacidad de iluminar toda nuestra existencia.

Pidamos a María, que como la luna refleja la luz del Sol, nos transforme a nosotros en auténticos testigos de la luz.