Santos: Domingo de la Calzada, patrono de la construcción; Pancracio, patrono de los pasteleros; Nereo, Aquiles, Dionisio, Casto, Casio, Ciriaco, Baroncio, Tutela, Máximo, Grato, mártires; David Uribe Velasco, sacerdote mártir; Germán, Epifanio, Emilio, Deseado, Modoaldo, obispos; Felipe, confesor; Gemma, virgen; Macario, abad; Remigio, monje; Juana de Portugal y Catalina Páez, virgen, beatas.

Consta con certeza la existencia de estos dos mártires antiquísimos.

Los testigos de esta afirmación son el culto, los martirologios, los libros litúrgicos y los monumentos. Es muy posible situarlos en torno a la persecución de Domiciano, o quizá posponerlos a la de Trajano.

Consta el hecho de su martirio y el lugar de su sepulcro. El español papa Dámaso los tiene por soldados, cuando levantó la basílica de Santa Petronila, mártir, junto a cuyo sepulcro fueron enterrados los dos mártires Nereo y Aquiles; el epitafio que escribió dice que dejaron las armas y abandonaron su trabajo en la guardia pretoriana por no servir más al tirano, y da por supuesto que esa fue la causa de su martirio.

El culto antiquísimo está localizado en torno al sepulcro de Petronila, en el cementerio de la vía Adreatina. El papa Siricio (390) construyó la basílica subterránea que encierra su sepulcro con sus nombres.

Las Actas que relatan su martirio salieron a la luz en 1479 por el renacentista Mombritius; de ahí pasaron a Surio para escribir su Vitae Sanctorum y, posteriormente, las tomaron los Bolandos, en 1680, antes de terminar en los Años Cristianos populares; son tardías, probablemente del siglo v, y de un valor histórico dudoso. Es más, las actas de Flavia Domitila bien pudieron ser escritas por un autor inclinado al maniqueísmo, ya que más que una apología de la virginidad son un alegato contra el matrimonio.

Parece que la finalidad del autor de las Actas fue presentar una historia novelada en torno a la figura de Flavia Domitila con la pretensión de ensalzar su figura, agrupando en torno a ella personajes de cuya existencia no puede dudarse desde la arqueología o la historia, pero de los que se tienen pocos datos escritos; y esta carencia no debe extrañar cuando la referencia se remonta tantos siglos atrás; de hecho, de la persecución neroniana contada por Tácito quedan bien pocas noticias, los nombres de Pedro y Pablo, y poco más. Y es así como suele surgir la leyenda; se toma como punto de arranque un dato cierto y luego se monta sobre el personaje un ropaje fabuloso. Por eso no es nada extraño el hecho de que las Actas presenten a los mártires Nereo y Aquiles como eunucos, al estilo de las cortes bizantinas del siglo v, servidores de Flavia Domitila –cuya hagiografía escribí para el día 7 pasado–, sobrina del emperador Domiciano, convertidos por el Apóstol Pedro, y causantes de que Flavia rechace el matrimonio con Aureliano, hijo del cónsul, por convencerla para que abrace la virginidad.

La narración seguirá diciendo que el mismo papa Clemente, sobrino del cónsul Clemente, será quien reciba los votos de Flavia y le dé el velo de las vírgenes.

Aureliano la denunciará como cristiana y la mandarán a la isla de Pandataria, acompañada de sus servidores. Desde allí enviaron a Nereo y Aquiles a Terracina donde los condenó a muerte el procónsul Menio Rufo.

Los restos de los mártires aparecieron enterrados en el cementerio, propiedad de la familia de Domitila, junto al sepulcro de Petronila, supuesta hija de san Pedro, en el arenal de la vía Ardeatina.