En el Evangelio de hoy parece que Jesús “hace la vista gorda” con ese hombre que echa demonios en su nombre y que al parecer no es conocido por sus discípulos. Aquí Jesús nos muestra una actitud muy importante frente a los demás y frente a la vida: parte e la confianza y de la unidad.

Al acercarnos a las personas podemos partir fácilmente desde la desconfianza o buscando las diferencias. Entonces fácilmente nos enredaremos en discusiones argumentativas o a la defensiva sobre muchos temas, de los cuales también nos podríamos cuestionar cuáles son verdaderamente esenciales. Sin embargo Jesús nos invita a buscar lo que nos une, a encontrarnos con el otro en lo que verdaderamente es esencial: ayudar y hacer el bien a los demás. Por ello dice: “El que no está en contra de nosotros está a favor nuestro.”

A este respecto me pasa por la cabeza una poesía de Gloria Fuertes que aunque está dedicada a la figura del voluntario, refleja esta actitud confiada y positiva frente a los demás, sin ignorar la existencia del mal. En esta poesía se refleja la unidad que surge de la dedicación a ayudar, a hacer el bien:

“Yo quiero despertar vocaciones para que la gente se haga voluntaria. Set voluntario es ser profundamente humano.

Ser voluntario es acudir a la calle, a la casa, a la cárcel, al barrio del pueblo donde hay un ser que sufre.

Ser voluntario es entrar con el corazón, en el corazón del que lo pasa mal.

Cuando el voluntario visita a alguien que está solo, le cura la soledad; cuando le habla, le ayuda, le escucha y le siente: el solitario mejora de la soledad, que es (junto a otras) la enfermedad de los ancianos.

Se sabe que el voluntario va a trabajar gratis, no va a ganar nada. Yo quiero negar esto: el voluntario va a ganar muchísimo, va a ganar el placer de ser útil, la risa de un anciano, la sonrisa de un enfermo, el abrazo de un niño sin padres, la amistad de un paralítico o el cariño de un preso.

El voluntario sabe que el camino -de su vocación elegida- es ir donde vive el dolor. El dolor físico o psíquico le espera y tiene que ir lleno de ilusión, alegría, comprensión y amor de poderlo dar; ilusión, comprensión, alegría y amor -tesoros espirituales que si no se poseen no se pueden dar-. El joven voluntario deja voluntariamente de ir a la discoteca, a la «barra», para ir desde la silla a la cama con un minusválido en sus brazos. ¡Qué bella escena!

Al mal sólo le destruye el bien. Al dolor puede ser destruido por el amor -no sólo la farmacia-. Hacerse voluntario también es salvarse del aburrimiento que acecha, salvarse de lo vulgar, de lo material, y os hace sentir que sois útiles, que sois solidarios, que sois amorosos, que sois importantes, que sois una aspirina inmensa, que quien os «cate», se cura.

Y os pido que a vuestros amigos y amigas les contagiéis de ese virus de bondad que tenéis, para que también sean nuevos voluntarios.

Más que un premio gordo de la lotería.
Más que un premio Nobel de lo que sea,
recibe el voluntario cada noche al acostarse,
recibe el voluntario que durante
unas horas al día ha alegrado a un triste,
ha hecho sonreír a un enfermo,
ha paseado en su silla a uno que no puede pasear.

El premio del voluntario es que pasa
a ser un artista.

El voluntario
no ha pintado un cuadro,
no ha hecho una escultura,
no ha inventado una música,
no ha escrito un poema,
pero ha hecho una obra de arte
con sus horas libres.

Todavía hay milagros,
milagros demostrables,
que los hacen, los hacéis,
y los harán
los nuevos voluntarios.