No me imagino al Señor acostumbrado a hacer sudokus en sus ratos libres. Entre otras cosas, porque no tendría ratos libres. Tampoco perdió mucho tiempo discutiendo con los saduceos sobre los siete maridos y la viuda de todos ellos, para intentar averiguar con cuál de todos ellos iba a seguir estando casada en el más allá. El Señor no entra en la lógica miope y corta de aquellos saduceos, tan acostumbrados a servirse de la casuística para hacer sudokus teológicos en sus ratos libres. No creían en la resurrección, así que, en realidad, les importaba un pimiento cuál iba a ser el marido de la pobre viuda en el más allá. Pero, mientras se dedicaban a hacer sudokus teológicos, se justificaban a sí mismos y terminaban creyendo que así servían a la Ley mucho mejor que todos los demás. Y el Señor, mucho más astuto, les mete el dedo en la llaga: estáis equivocados, Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.

La cuestión es si también nosotros andamos entretenidos haciendo nuestros propios sudokus, es decir, dedicándonos a disertar espiritualmente sobre el mar y los peces, a convertir el Evangelio en pura poesía, o a reducir nuestra fe a pura casuística devocional y sin ir al grano. Hacemos muchas cosas, sí, quizá todas buenas y en nombre de Dios, pero habría que ver si no estamos siendo como el pez que, cuando le sacas del agua, se mueve con mucha vitalidad y, en realidad, es que se está ahogando y perdiendo la vida. ¿Son nuestras obras, nuestras conversaciones, nuestros rezos y devociones, un signo del Dios vivo, o vivimos una fe mortecina y apática, que testimonia más bien al Dios de los muertos? En el credo de los domingos decimos que creemos en muchas cosas, sí, pero si nos sentáramos con calma a intentar entenderlas o explicarlas quizá no sabríamos por dónde empezar.

Empezamos hoy el mes del Corazón de Jesús, un corazón que encierra dentro inagotables tesoros de vida. No se trata de una devoción más, ni siquiera de una devoción ñoña, sentimentalista o sensiblera, pasada de moda o anticuada. La lógica de la fe tiene mucho que ver con la lógica del amor, de manera que si no sabemos amar tampoco sabremos creer. El Corazón de Jesús nos enseña el amor; es la escuela donde mejor aprendemos a amar y a creer. Porque la fe no es cuestión de sudokus, es una cuestión de amor. Y eso era precisamente lo que los saduceos no podían entender: donde no hay amor no hay vida. Por eso, la resurrección del Señor es la mayor prueba de amor de Dios al hombre. Y lo que importa, en el más allá o en el más acá, no son los siete maridos sino el amor. Así lo dijo también san Juan de la Cruz: al atardecer de la vida te examinarán en el amor.