No se si en algún momento de tu vida has pasado sed; cuando llega uno de esos días muy calurosos que has salido de casa y por cualquier motivo se te acaba el agua y no puedes conseguir más. La experiencia es muy dura y agobiante, de las que nunca deseas que nadie la tenga. Ansías poder beber, encontrar una fuente, un lugar una persona que te de de beber y saciar la terrible sensación de sed. Esta experiencia es física, pero hay otras experiencias mucho peores que no son físicas. Experiencias que afectan al sentido de nuestra vida, a la razón por la que te levantas cada mañana o por la que tienes ilusiones o esperanza. Todos tenemos sed de sentido, de razones para vivir, para la esperanza, de poder explicar lo que vivimos. Es terrible cuando una persona tiene sed de ello y no encuentra como saciarla; es peor que la sed física.

Siempre estamos pendientes de saciar nuestra sed fisiológica y es lo primero que aseguramos, pero dejamos muchas veces de lado como saciar la otra sed y hacemos muy poco por asegurar que quede saciada. Esto nos pasa factura en la vida y hace que muchas personas pierdan el sendido de ella o, simplemente, caigan en una espiral de desastre y vacío.

Hoy, los pasajes de la Escritura que nos presenta la liturgia nos alertan de ello y nos ayudan en esta empresa. Leemos en el fragmento de los Reyes elementos como lluvía y rocío que cuando faltan nos llevan a la sequía o pan, carne y alimento que cuando faltan nos llevan a la hambruna. Dios sale en ayuda de Elías con su Palabra que le lleva a saciar no solo su sed de agua, sino que también le procura alimento. Es la Palabra de Dios lo único que puede saciar en nuestra vida esa sed, es la fuente inagotable que puede llegar a conseguir que nunca más tengamos sed.

Pero, ¿cuando leemos la Palabra de Dios? ¿La escuchamos e interiorizamos cuando se proclama en la celebraciones?¿La valoramos y la tenemos en cuenta en las ocasiones que tenemos que tomar decisiones o estamos en dificultad? Es curioso, pero Dios sale a nuestro auxilio, incluso cuando no escuchamos su Palabra, a través de la propia naturaleza: torrente y cuervos.

Necesitamos el manual de vida o el «protocolo de actitudes y formas de actuar» que Jesús enuncia y destaca en el evangelio de hoy, las Bienaventuranzas, para que acojamos la Palabra de Dios. Leelas una por una, piensa sobre ellas y mira en tu vida si vives alguna ¿Por qué te llama bienaventurado? ¿No te das cuenta? Es el camino que te llevará a la fuente que calmará tu sed y el alimento que te hará fuerte en la vida.