De nuevo la Palabra de Dios llega a Elías en su auxilio y él, como profeta de Dios, confía plenamente en ella y la obedece. Así, se salva y no le falta nunca de lo más necesario. Pero, como siempre, el Señor se vale de mediaciones e instrumentos para actuar. En este caso de una viuda. El profeta la invita a confiar también en la Palabra de Dios y a compartir todo lo que tiene para ella y su hijo. De nuevo Dios nos pide compartir no solo nuestros bienes materiales, sino también, nuestra vida. Porque cuando lo hacemos lo damos todo a los demás y entonces se produce el milagro: la harina no se acabó ni el aceite se agotó.

Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo. Si, se refiere a nosotros. Somos los instrumentos del Señor para realizar su obra de salvación, para construir el Reino en el que a nadie le faltará de nada. Nuestra fe nos lleva a confiar en su Palabra y llevarla acabo, a obedecerle. Tenemos que ser como Elías (No temas. Entra y haz… Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella y su familia). Tenemos que ser luz para otros, para que puedan ver con los ojos de la fe y confiar en la Palabra del Señor. Para que comprendan y aprendan. Para ayudarles en su vida a que la compartan y, así, el Señor pueda obrar el milagro de que no le falte de nada a nadie.

Pero primero, cada uno de nosotros tenemos que seguir creciendo y convirtiéndonos en los aspectos de nuestra vida que todavía no son luz para los demás. Esto no nos exime de nuestra misión como instrumentos. Sino, que lo tenemos que hacer a la par, sin parar, sin perder el tiempo. Seamos conscientes de que la fuente inagotable de la gracia de Dios ha sido derramada sobre nosotros para que nuestra vida sea luz para el mundo y para que lo transformemos según la voluntad del Creador y Salvador. Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? Nuestras buenas obras ayudan a otros a dar gloria a Dios tomando ejemplo, abriéndose a la gracia del Señor y recibiendo fuerzas para tener fe y hacer de su vida también sal de la tierra.

No desfallezcamos en este empeño, no nos desanimemos ni caigamos en la tentación de sentirnos inútiles o innecesarios. Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro. El es inagotable y nosotros también lo seremos en Él.