Es maravilloso confesarse. Dan mucha lástima aquellos cristianos que no tienen costumbre de hacerlo; otros tienen miedo. Quizá los sacerdotes tenemos parte de culpa por no estar siempre disponibles o por ser un poco cascarrabias. ¡Qué se le va a hacer! Somos tan humanos y tenemos muchas veces los mismos defectos que todo el mundo. Hay que rezar mucho por los sacerdotes y con los sacerdotes, para que seamos imagen del Buen Pastor.

Cada vez que recibimos el sacramentos de la penitencia, o de la reconciliación, o como quieras llamarlo, se actualizan las palabras de Cristo en el evangelio de hoy: “Tus pecados están perdonados”. El sacerdote dice in nomine Christi: “Yo te absuelvo de tus pecados”.

La Iglesia nos enseña que la celebración de este sacramento, para que tenga unos frutos de calidad, se han de preparar cinco cosas:

Examen de conciencia. Lo primero y principal es ponerse en presencia de Dios y pedir al Espíritu Santo que nos guíe a hacer un buen examen. Quizá sirva algún examen de conciencia de algún libro de oraciones o sacado de internet. En casos de urgencia: le pides al sacerdote que te ayude y ya está.

Dolor de los pecados. Es ser consciente de la fuerza del mal en nuestras vidas, y por lo tanto, la ausencia de luz, de amor y de paz que tanto daño me hace y que tanto ofende a Dios, a los demás y a mí mismo.

Propósito de la enmienda. No vale el “me confieso y ya está”. Ha de haber una intención recta delante de Dios, al menos de luchar en lo que considero que son mis puntos más débiles.

Decir en confesión los pecados al sacerdote. Es acercarse al confesonario.

Cumplir la penitencia. Es el “precio” que pagas por tu confesión. Pero es un precio virtual: el precio real lo pagó Cristo en la cruz. Por eso, la penitencia del sacerdote puede resultarte pequeña. Aún así, hay que hacerlo con devoción. Es muestra de soberbia decir al sacerdote: “¿sólo un Avemaría?”. Nunca es la cantidad: es la calidad.