El mundo de la medicina avanza a marchas forzadas. Antes te tomaban la temperatura con un termómetro de cristal y mercurio que tardaba un rosario en llegar a la meta. Ahora te toman la temperatura en tres segundos; también hacen microcirugías y se utiliza el láser, como en Star Wars.

No obstante, seguimos necesitando médicos, porque el componente humano y el ojo clínico difícilmente lo llegarán a superar las máquinas. Quién sabe.

Nuestra relación con Dios puede adoptar muchas formas, dependiendo de cómo le tratemos: le tratamos como Padre, como Creador, como Espíritu Santo… En la relación con Cristo quizá experimentamos que la variedad aumenta: puede ser nuestro Hermano (somos hijos en el Hijo), nuestro Amigo, nuestro Maestro (rabboni), nuestro Mesías.

El Evangelio de San Mateo nos propone una imagen preciosa: Cristo como Médico. Muchas personas te cuentan que tienen un médico de toda la vida, que “según entro en la consulta, ya sabe cómo estoy”. Da gusto tener alguien así. Además, inspira mucha confianza para contarle todo lo que te aqueja. Y si tiene malas noticias que darte, en el fondo, te alegras que sea él quien lo haga, porque te conoce muy bien y sabe cómo decírtelo. Cuando tenemos mucha confianza con alguien siempre decimos: “Es como de la familia”.

El Señor ha venido a curar a los enfermos, y es un acto de humildad por nuestra parte ponernos a la cola de la consulta. Además tenemos la suerte de que no tardan mucho en atenderte. No me refiero tanto a la confesión, que sería evidentemente la imagen más adecuada, sino a la oración. Tiene mucho fruto contarle al Señor las cosas que tenemos en el corazón, especialmente las que más nos preocupan o las que más nos duelen. A veces rezamos por esas cosas, pero se nos olvida lo más importante: contárselo a Jesús como se lo contaríamos a nuestro mejor amigo si nos estuviera escuchando. Es la conversación —como dice un hombre sabio— “de tú a tú y de yo a yo”. Nada más consolador para el alma que poder hablar con quien sabemos nos ama. Esto lo aplicamos a los amigos, pero Santa Teresa lo refería al Amigo.