Como en los tiempos apostólicos, Jesús sigue enviando a sus discípulos a llevar la buena noticia a todos los hombres.

Dentro de unos días se celebra en Cracovia la Jornada Mundial de la Juventud. Desde que San Juan Pablo II comenzara este evento, cada JMJ se ha convertido en un auténtico envío de miles de discípulos.

La Iglesia, en nombre del Señor, continua enviando a evangelizar no sólo a las misiones, sino a nuestras propias ciudades que son en realidad auténticas tierras de misión.

Para muchos de nuestros coetáneos Dios ha dejado de ser alguien presente en sus vidas y ha pasado a ser una mera creencia, es decir, un concepto que existe en las conciencias individuales pero que no influye para nada en la vida personal ni social. Otros afirman que son cristianos, pero no radicales, es decir, que van a misa de vez en cuando, pero en el fondo hacen lo que les viene en gana. Otros han caído en la religión a su medida y mezclan la práctica cristiana con otras devociones como la santería, el tarot o el reiki, sin importarles lo más mínimo. Otros ya ni conocen a Cristo porque el ambiente en que se han criado es abiertamente ateo o agnóstico.

El mundo entero se ha convertido en tierra de misión porque de hecho se ha forzado la salida de la religión del tablero del juego social. No es bueno que se saque a Dios de nuestras escuelas, de nuestros parlamentos, de nuestros teatros, de nuestras calles. Si Dios se va, ¿a quién miraremos? ¿Quién hará de árbitro en nuestras contiendas?

Cristo les pide a los discípulos que al entrar en una casa digan primero: “Paz a esta casa”. También san Pablo se lo dice a los Gálatas: “La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos”. Y esto es lo que hemos de llevar a todos: paz. Algo, por otro lado, cada vez más ausente en la vida pública porque también falta en la vida privada. Hay mucho corazón en guerra consigo mismo.

Quizá la inacción de los buenos lleve a la victoria a quienes no persiguen más que sembrar el odio, la división y la violencia. Es algo cíclico en la vida historia, pero parece que no escarmentamos.

Le pedimos al Señor que nos envíe como portadores de la paz que Dios nos da: a nuestras familias, a nuestros amigos, a nuestro trabajo, a nuestros ambientes. Es el sentido final de la despedida que escuchamos al final de cada eucaristía: “Podéis ir en paz”. Quizá esa traducción no capte algunos matices importantes del latín: “Ite missa est”, que podría traducirse como “marchad en misión”.