Comentario Pastoral

¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

En el camino de la vida el hombre se pregunta quien es su prójimo y la Palabra de Dios le responde que el problema es otro: hacerse y sentirse en todo circunstancia próximo y prójimo de los demás. La maravillosa parábola del buen samaritano, que se lee en este domingo, es un reflejo de cómo hay que vivir en concreto la ley del amor a Dios y a los hombres.

Conviene recordar que Dios ha sido el primero que se ha hecho próximo al hombre a través de su palabra y de la manifestación de su poder. La Biblia está salpicada de diálogos con el hombre ya desde las primeras páginas del Génesis. Pero sobre todo Dios se ha hecho próximo en su Hijo, mediador único y universal, de quien proviene todo y es fuente del amor misericordioso del Padre. Cristo es el verdadero Buen Samaritano, que antes de enseñar la parábola, la hizo realidad en su vida acogiendo a todos, amando a los pobres, perdonando a los pecadores, defendiendo a los marginados, curando a los enfermos, salvando hasta entregar la última gota de su sangre en la cruz.

En un mundo en que se acercan las distancias y se incrementan a todos los niveles las comunicaciones, muchos hombres no logran estar próximos a otros porque las actitudes interiores diversas no van en consonancia con la proximidad física. ¡Cuántos están solos en medio del barullo de la gran ciudad! Reciben codazos al andar entre la multitud y no reciben ninguna muestra de amor

En nuestro lenguaje cristiano casi solo empleamos, contradictoriamente, la palabra prójimo para designar al lejano, al que pasa hambre en Etiopía o vive marginado en el subdesarrollo de una selva. Hay que tener los ojos del corazón bien abiertos para ver en el camino de la vida al que sufre, al que nos necesita, al que es víctima de cualquier tipo de injusticia. No demos rodeos, no preguntemos quién es nuestro prójimo, sino demostremos que estamos próximos a todos.

Toda la liturgia de la Palabra es un canto al amor cristiano, porque el amor es posible, no es un sueño ni una evasión ni una utopía humana. El amor cristiano no se desarrolla sobre objetos, sino sobre personas; es dinámico, no se reduce a palabras, sino a obras y nos lleva a la plena comunión con Dios heredando la vida eterna. La raíz de todo amor es el amor divino manifestado en la creación y en la redención.

Andrés Pardo

 

 

 

Palabra de Dios:

Deuteronomio 30, 10-14 Sal 68, 14 y 17. 30-31. 33-34. 36ab y 37
san Pablo a los Colosenses 1, 15-20 san Lucas 10, 25-37

de la Palabra a la Vida

Dios ha querido que las indicaciones más importantes que haya podido darle al hombre en toda su historia se guardaran en el lugar más protegido del mundo. El más secreto. En lo profundo del corazón. Allí donde solamente Él puede entrar, ha dejado para nosotros una ley para nuestra vida que, si cumplimos, nos hará felices. Allí ha puesto también, y pone cada día, las fuerzas necesarias para cumplir esa ley: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». Allí, en lo profundo de nuestro corazón, quiere Él que entremos a buscarla. No está en un monte lejano, en las profundidades del mar, o en un lugar inaccesible. Está donde nadie más que nosotros puede ir y buscar. Hasta tal punto es así que nos advierte el Salmo: «Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón». En la búsqueda del Señor, en la búsqueda de su Palabra, nuestro corazón se fortalece y vive. Así se entiende lo principal que la Liturgia de la Palabra nos enseña hoy. El mandamiento está, dice san Pablo, «cerca de ti, en tu boca y en tu corazón. Esta palabra es el mensaje de fe que predicamos» (Rm 10,8).

El segundo paso nos lo enseña la parábola del buen samaritano que Jesús explica a un letrado en el evangelio. Ese mandato que Dios pone en lo profundo del corazón se manifiesta en la relación con el prójimo: una relación que se establece en el ámbito de la misericordia. No estaría de más aprovechar estos momentos del verano para releer la bula Misericordiae Vultus.

Esa palabra de misericordia que habita en el corazón es una misericordia que se pone en acto cuando salimos al encuentro del que sufre y le auxiliamos. Y eso no es algo extraño a nosotros, pues el mismo Cristo ha ejercido esa misericordia con nosotros. Él ha sido el extraño, el samaritano, que ha salido al encuentro de los hombres, heridos de muerte por el pecado, y nos ha rescatado dándonos una fuerza que no teníamos: el vino de la esperanza y el aceite del consuelo. El don del Espíritu Santo es ese paño con el que Cristo nos ha curado de las heridas y nos ha llevado a la posada de la Iglesia, donde somos cuidados hasta que el Señor vuelva.

La liturgia de la Iglesia, en un prefacio precioso especialmente indicado para este día dice así: «(Cristo) en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado». La Iglesia contempla en el buen samaritano a nuestro salvador, y por la oración pone en nuestro corazón la capacidad para cumplir el mandato «anda, ve y haz tú lo mismo».

Cuanto más descubramos el misterio de nuestra salvación en nuestra vida, más en lo profundo nos gritará Cristo el mandato que nos salva. Busquemos ser cristianos que no pasan de largo, que no miran de reojo al que sufre, porque Cristo no ha pasado con prisa, sino que se ha entregado con mimo por nosotros.

Diego Figueroa

 

 

al ritmo de las celebraciones


San Benito abad, patrono de Europa. Fiesta

La celebración de los santos patronos de Europa -San Benito es el patrono principales considerada en la Iglesia siempre como fiesta, con lecturas propias, con Gloria en la misa y Te Deum en el Oficio de Lecturas.

Desde la fundación de Monte Casino y con la Regla que escribe, se convierte en evangelizador de Europa. La familia benedictina, distinguida como su padre por el amor a la celebración de los misterios, el cuidado de la liturgia a la que nada debe anteponerse («su alabanza está siempre en mi boca», reza el Salmo en la misa del día, y la referencia al «servicio divino», del que habla la oración colecta), extiende el monacato por todo el Occidente que produce frutos de santidad y evangelización rápidamente (de ahí el evangelio de la fiesta: «los que me habéis seguido recibiréis cien veces más hermanos…»).

La oración colecta del día propone para los cristianos un camino de seguimiento de Cristo con libertad de corazón, tal y como san Benito enseñó a sus muchos discípulos. Un corazón que sabe dirigirse a Dios se encuentra preparado para no dejarse arrastrar por nada más. La Europa que Benito apadrina necesita volver a poner a Cristo lo primero en el corazón para no dejarse arrastrar por todo lo demás. A él encomendamos su crecimiento y su conversión a Dios.

 


Diego Figueroa

 

 

Para la Semana

Lunes 11:
Prov 2,1-9. Presta atención a la prudencia.

Sal 33. Bendigo al Señor en todo momento.

Mt 19,27-29. Vosotros, los que me habéis seguido, recibiréis cien veces más.
Martes 12:
Is 7,1-9. Si no creéis, no subsistiréis.

Sal 47. Dios ha fundado su ciudad para siempre.

Mt 11,20-24. El día del juicio le será más llevaderoa Tiro y a Sidón que a vosotras.
Miércoles 13:
Is 10,5-7.13-16 ¿Se envanece el hacha contra quien la blande?

Sal 93. El Señor no rechaza a su pueblo.

Mt 11,25-27. Has escondido estas cosas a los sabios y se las ha revelado a la gente sencilla.
Jueves 14:
Is 26,7-9.12.16-19. Despertarán jubilosos los que habitan en el polvo.

Sal 101. El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra.

Mt 11,28-30. Soy manso y humilde de corazón.
Viernes 15:
San Buenaventura, obispo. Memoria.

Is 38,1-6.21-22.7-8. He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas.

Salmo: Is 38,10-12.16. Señor, detuviste mi alma ante la tumba vacía.

Mt 12,1-8. El Hijo del hombre es señor del sábado.
Sábado 16:
Nuestra Señora del Carmen. Memoria

Miq 2,1-5. Codician los campos y se apoderan de las casas.

Sal 9. No te olvides de los humildes, Señor.

Mt 12,14-21. Les mandó que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta.