¡Jesús, nos dice Mateo, no paraba! Si San Pablo decía que el amor de Cristo le urgía a la acción, cuánto más podemos decir del Corazón del Señor. Su profundo amor al Padre y a los hombres le llevaba a tener una actividad fuera de lo normal. Recorría las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Era mucho y muy grande lo que tenía que hacer: La Redención.

Jesús no esperaba a que fueran a Él. Era Él quien buscaba a la oveja perdida y necesitada de su compasión y de su misericordia. El amor al Padre es su motor. Todas sus acciones, todos los kilómetros recorridos, todo, absolutamente todo era fruto del amor al Padre.

Es verdad lo que decía la gente admirada: “Nunca se ha visto en Israel cosa igual”. Hoy el mundo también necesita de Redención. Y el Señor nos pide que colaboremos en su misión. ¡Que no falten a su Iglesia, su mies, obreros que trabajen como Cristo!

San Juan Pablo II en una de las jornadas de oración por las vocaciones nos animaba a suplicar al Señor que nos mande santas vocaciones con estas palabras:

“No os desagrade incluir esta intención en vuestras plegarias… El mundo tiene hoy más que nunca necesidad de sacerdotes y religiosos, de religiosas, de almas consagradas, para salir al encuentro de las inmensas necesidades de los hombres: niños y jóvenes, que esperan quien les enseñe el camino de la salvación; hombres y mujeres, a quienes el fatigoso trabajo cotidiano hace sentir más agudamente la necesidad de Dios; ancianos, enfermos y pacientes que esperan quien se incline sobre sus tribulaciones y les abra la esperanza del cielo. Es un deber del pueblo cristiano pedir a Dios, por intercesión de la Virgen, que envíe obreros a su mies, haciendo oír a tantos jóvenes su voz que sensibilice su conciencia hacia los valores sobrenaturales y les haga comprender y evaluar, en toda su belleza, el don de esta llamada.”

Pedir por las vocaciones no es una intención más para la vida de la Iglesia. Se trata de un mandato del Señor para que Él pueda llegar a tantas personas que hoy en el siglo XXI andan extenuadas y abandonadas como ovejas sin pastor.

Pidamos al Señor que bendiga a su Iglesia con vocaciones santas que sean portadores de la Misericordia del Señor que es la que mueve el corazón del Redentor como nos recuerda el Papa Francisco en este año de la Misericordia:

Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales (Misericordiae Vultus, 8).

A nuestra Madre le pedimos nos conceda esta gracia para que Jesús continúe encarnándose en medio del mundo.