Mediante esta parábola Cristo quiso responder a la pregunta « ¿Y quién es mi prójimo? ». En efecto, entra los tres que viajaban a lo largo de la carretera de Jerusalén a Jericó, donde estaba tendido en tierra medio muerto un hombre robado y herido por los ladrones, precisamente el Samaritano demostró ser verdaderamente el « prójimo » para aquel infeliz. « Prójimo » quiere decir también aquél que cumplió el mandamiento del amor al prójimo. Otros dos hombres recorrían el mismo camino; uno era sacerdote y el otro levita, pero cada uno « lo vio y pasó de largo ». En cambio, el Samaritano « lo vio y tuvo compasión… Acercóse, le vendó las heridas », a continuación « le condujo al mesón y cuidó de él », y al momento de partir confió el cuidado del hombre herido al mesonero, comprometiéndose a abonar los gastos correspondientes. (San Juan Pablo II en Salvifici Doloris n.28)

¿Cuál ha de ser nuestra reacción ante prójimo que sufre?

–              El discípulo de Cristo no puede pasar de largo, debe pararse junto a él. La parada significa disponibilidad. Se conmueve ante el sufrimiento del otro.

–              Para ello ha de cultivar en sí mismo la sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre, uniéndose a la pasión de Cristo.

–              Pero no basta la mera conmoción y compasión. Estas han de ser el estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre herido.

–              Es el que se da a sí mismo: “Se puede afirmar que se da a sí mismo, su propio « yo », abriendo este « yo » al otro. Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede « encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás » (Gaudium et Spes 24), Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo.”(Salvifici Doloris n.28)

Y todo esto porque el mundo del sufrimiento invoca el mundo del amor. Es reflejo de la misericordia infinita de Dios.

La caridad que no es algo a lo que se dediquen algunos en la Iglesia. Forma parte esencial de la Iglesia (Nos decía Benedicto XVI en Deus Caritas Est. 25)

Así nos lo explicaba también San Juan Pablo II: La elocuencia de la parábola del buen Samaritano, como también la de todo el Evangelio, es concretamente ésta: el hombre debe sentirse llamado personalmente a testimoniar el amor en el sufrimiento. Las instituciones son muy importantes e indispensables; sin embargo, ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales, y cuando la que sufre es ante todo el alma

¿Dónde aprendemos la esencia y el modo de ejercicio de la caridad? En la Cruz, sólo quien vive crucificado puede ejercer la caridad. Sólo el que participa de los padecimientos de la cruz de Cristo puede compadecer a Cristo que sufre en los pobres más pobres.

Pidamos a María sus mismos ojos para ver a Cristo en el que sufre: Nuestro Prójimo es el mismo Cristo.