Isaías 26, 7-9. 12. 16-19

Sal 101, 13-14 y 15.16-18. 19-21 

san Mateo 11, 28-30

 

En el Evangelio que escuchamos hoy Jesús se propone como descanso para el hombre. Con razón escribió el P. Severiano del Páramo que “con que sólo se hubieran conservado las palabras de Jesús que leemos en los tres últimos versículos de este evangelio, merecería este evangelista el reconocimiento de toda la humanidad”. Ayer veíamos cómo, antes de esta apertura que Jesús hace de su corazón, ofreciéndolo como apoyadero para todos los hombres, hay otro dato que nos sorprendía: su acción de gracias.

Después Jesús se nos mostraba como el camino que conduce al Padre y, ante el temor que pueda suscitarse en nosotros por ponernos en manos de alguien que ha elegido el camino de la sencillez para acercarse a nosotros, Jesús hace esta proclama admirable:”Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. El hombre, todo hombre, se cansa intentando satisfacer sus deseos de felicidad. Se cansan los individuos y se agotan las sociedades en la búsqueda de una plenitud que no logran alcanzar. El cansancio aparece como signo de una derrota que se transforma en desesperanza. La juventud de las personas y de los pueblos conduce, por lo general, a un agotamiento, porque el paraíso que se prometían alcanzar no llega, y cada día se hace más costoso cargar con lo que se ha conseguido.

Jesús se propone a sí mismo como descanso para el hombre. Ello supone un dejarse instruir por Él, y se traduce en realizar todas las cosas con Él y para Él. En Jesús, por su condición divina y humana, todo el trabajo de su vida estaba íntimamente unido a la plenitud de la eternidad. Cargar con su yugo, es decir, sujetarse a Él, comporta realizar las tareas con valor eterno. Aprender de Él, de su corazón, implica la satisfacción por el bien. Nada se pierde, ni deben realizarse sobreesfuerzos para mantener lo conseguido. Como señala un autor anónimo de los primeros siglos: “No estamos nosotros para auxiliar a la gracia, sino que la gracia se nos da para nuestro auxilio”.

Podemos también preguntarnos si la carga de Jesús es verdaderamente ligera. Mucha gente no opina de esa manera y les parece que el Evangelio conlleva unas exigencias insoportables para la mayoría de los hombres. Lo cierto es que Jesús une la carga que nos ofrece al hecho de descansar en Él. Primero hay que acercarse al Señor y descubrir, a su lado la belleza de todo lo que nos propone. Descubriremos, así mismo, que no sólo pone ante nosotros un camino que debemos seguir, sino que Él nos ofrece la gracia para que seamos capaces de Él. Antes que unos mandamientos lo que nos da es la gracia.

A su lado salimos del cansancio y agobio de buscar la felicidad con nuestras propias fuerzas para acabar siempre insatisfechos. La plenitud que deseamos se encuentra en su persona y, como dice san Pablo al darnos cuenta de eso todo nos parece basura a su lado. El mismo Apóstol señalará que nada, ni la dificultad mayor, podrá separarnos del amor de Jesucristo.