«Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra». (Col 3,3)

Dice un dicho latino muy antiguo: «la codicia de tus manos es la avaricia de tus ojos». Traducido a un lenguaje más actual: «dime en lo que te fijas y te diré lo que deseas».

Hoy la Palabra de Dios es luz para nuestros ojos y nuestras manos, es decir, luz para nuestros deseos.

¿A dónde apuntan nuestros deseos? ¿Hacia las cosas materiales y los goces de la tierra?

El sabio de Eclesiastés, con la experiencia de una vida larga, inspirado por Dios, nos invita a darnos cuenta de que todo eso siempre te deja una sensación de vacío. La copa se queda vacía, la cartera se queda vacía, las cosas que compras mañana te hartas de ellas, el programa que antes te divertía ahora te aburre, si comes demasiado te sienta mal,… Cuando uno vive de acumular sensaciones placenteras, termina siendo su esclavo y siempre le pide subir «la dosis». Y el resultado es siempre el mismo: vaciedad. Este sabio hasta el fruto del trabajo lo ve como vaciedad. Es todavía más radical en su afirmación. Porque quiere que los creyentes en Dios nos demos cuenta de que intentar satisfacer el alma solamente con las cosas y realidades de este mundo es una empresa inútil. Nuestro corazón es un ángulo abierto al infinito, esto es, por mucho que le introduzcas coches, casas, dinero, ocio, turismo, aficiones, goces varios,…. no lo logran llenar y siempre te pedirá más y más y más… El corazón sólo se satisface con aquello que sabe a infinito: el amor auténtico, los grandes ideales, la fuerza de las virtudes, la bondad, la belleza, la Verdad de cada cosa, etc. Es decir, todo aquello que no muere conmigo.

«Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra»

Como somos materia, ansiamos la materia. Como somos tierra, amamos la tierra y las cosas de la tierra. Es normal, estamos sujetos a la gravitación terrestre. Pero San Pablo nos recuerda que estamos hechos para volar más alto, hemos nacido para el Cielo, donde Cristo Resucitado nos aguarda. Sólo el Amor que Cristo nos da satisface el corazón, sólo viviendo en el amor que nos enseñó, llenamos realmente nuestra alma. ¿Por qué hacer de las cosas de la tierra nuestros dioses? -nos dice San Pablo. Es una idolatría. Sólo Dios-Amor es digno de entregarle todos nuestros anhelos. Todo lo demás muere conmigo.

Y ocurre algo precioso: cuando todos estamos orientados hacia lo alto, los valores auténticos e inmortales, es cuando los hombres mejor se comprenden. Es cuando aparece el verdadero diálogo y surge el reconocimiento de la misma dignidad. » Ya no hay distinción entre judíos y gentiles,…esclavos y libres…» -nos aclara el apóstol. Cuando valoramos a los demás por lo que tienen es cuando aparecen las distinciones. Cuando reconocemos a los demás como personas con mi mismo corazón, como criaturas e hijos del mismo Dios, es cuando encontramos nuestra unidad.

«Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra»

En una zona de centro América, dos tribus vecinas competían todos los años para ver quién tenía los mejores guerreros. En vez de una lucha cuerpo a cuerpo, establecieron una competición que consistía en tirar una piedra lo más alto posible. Elegían a un guerrero cada tribu y se juntaban en la noche para el ritual. Ocurría que todos los años ganaban siempre los guerreros de una misma tribu. Un año, el rey de la tribu perdedora, se dió por vencido y pidió al rey de la otra tribu le dijese cuál era el secreto de su victoria. A lo cual el rey invicto contestó: «mis guerreros siempre ganan porque apuntan hacia la luna».

El Papa Francisco en la Vigilia de Cracovia en la JMJ nos ha pedido vivir asi, no confundiendo la felicidad con la comodidad, saliendo del «diván» y del encerramiento del temor, apuntando alto, dejando huella en la historia de los que nos rodean y luchando por nuestra  dignidad. Este es modo adecuado para ser realmente libres y llegar un día a los brazos del Señor. No nos pidamos menos. Unidos en Cristo.