En el Evangelio de hoy llama la atención el modo en que Cristo prepara a sus Apóstoles para recibir el anuncio del primado de Pedro: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Llama la atención, sí, que el Señor se preocupara de los dimes y diretes de la gente, de lo que se trasteaba sobre Él por las aldeas vecinas. ¿Nos imaginamos al Señor preocupado de lo que la gente iba comentando por ahí sobre lo que hacía y decía, de la imagen que tenía a los ojos del mundo, de si su predicación caía bien, de si su mensaje resultaba políticamente correcto o no? A los apóstoles, en cambio, les faltó tiempo para contestar: “Unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Es decir, que sí que estaban muy al día de lo que se trasteaba sobre ellos, en los círculos y pasillos eclesiásticos de la época. Si esta escena hubiera ocurrido en los tiempos de hoy, bien podríamos imaginarnos a más de un apóstol escribiendo a toda mecha algún post sobre el último rumor y cotilleo eclesiástico que había podido intuir de algún comentario que parecía haber hecho el Señor mientras iba de camino a no sé dónde… La pastoral de la rumorología no es de ahora, no, aunque ahora le demos un valor oficioso –que no oficial– a todo lo que se dice, se imagina, se supone, se rumorea, o se cotillea en los pasillos de la Iglesia. Menos mal que Pedro salvó un poco la situación: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Visto el nivel, el Señor se asombró de la respuesta de Pedro, seguro de que “eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”
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Frente al criterio de la opinión, de lo que dice, opina y hace la gente, el Señor enseña a los apóstoles a buscar la verdad más allá de las apariencias, o de la opinión de la mayoría, en la autoridad de Cristo, confiada a la Iglesia a través de la autoridad de Pedro. Frente al subjetivismo de convertir la propia opinión en criterio de verdad, el Señor nos enseña en que esa verdad es Él mismo y que en Él, y solo en Él, está el criterio y la medida de toda verdad. Pero, nadie está libre de ese mundanal tufillo del buenismo, y de la ambición de querer quedar bien con todos a la vez, con la opinión del mundo y con la verdad del Evangelio. Por eso, ante el más mínimo atisbo de querer apartarle de la Cruz, de la voluntad del Padre, el Señor recrimina a Pedro duramente: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mi piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios”. Pedro, el gran Pedro, que acababa de asombrar a todos con su magnífica confesión de fe, demuestra ahora que es también capaz de sucumbir al atractivo de los criterios del mundo, eso sí: siempre bajo la apariencia del bien de las almas.

Pidamos hoy por la fidelidad a Cristo, no solo del Sucesor de Pedro sino de todos los bautizados. Porque, si al mismísimo Pedro le pasó, nadie está libre de caer en la trampa del criterio del mundo. Es verdad que el trigo crece en nosotros junto a la cizaña, pero sería torpeza nuestra creer y confundir esa cizaña con el verdadero trigo, o dejarlos crecer juntos, creyendo que todo vale, y que, al fin y al cabo, con la cizaña no se vive tan mal, no es tan mala como dicen…