Hace ya unos cuantos años me mandaron de párroco a una parroquia en la que no había confesionario. No sólo no había sino que no lo querían. Como uno sabe escuchar la voluntad de sus feligreses y no de trece clericalizados puse un confesionario que conseguí de otra parroquia, a pesar de las amenazas de algunos. Lo puse al lado de la puerta principal, bien visible y que no hubiera que atravesar el templo para encontrarlo. El primer día me senté y no vino nadie. El segundo tampoco. Pero el tercero…, siguió sin venir nadie. Ni en el primer mes, ni en el segundo, el tercer mes continuó vacío. Más que un confesionario parecía mi rincón de lectura. Luchaba contra muchos años de predicación en contra de la confesión personal y mucho más de esos muebles para confesarse. Un día, meses después, se confesó una señora mayor, no sé quién era ni si tan siquiera era de la parroquia. Hizo una confesión con tanta finura de espíritu y tanta delicadeza con el Señor y tantísima caridad que me conmovió. Luego siguió sin ser ningún éxito el confesionario: los niños que hacían sus primeras confesiones y algún esporádico de vez en cuando. Pensaba en mis ratos allí sentado que el confesionario no se gastaría por el uso, pero el mantenerlo sus ratos ocupados, limpio y sin telarañas, era un signo de que allí se ofrecía la misericordia de Dios, no el consejo de un sacerdote más o menos cercano ni de un aprendiz de psicólogo. Personalmente me da igual a quien le guste confesarse paseando, en un despacho o saltando a la comba (saltando a la comba no lo he hecho, pero las otras formas sí), pero no debemos renunciar a pedir confesionarios y confesionarios con sacerdote dentro siempre que sea posible.

«¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?»

Tenemos que aprender a confesarnos mejor cada día pues podemos confesarnos mal, aunque Dios sigue perdonando muy bien.

  • Hay quienes dicen que se confiesan directamente con Dios, es decir, que no se confiesan. Curiosos que muchas veces coinciden con los que más guerra dan con el tema de la comunidad. Todo es comunidad, pero sus pecados son suyos, no forman parte de ningún cuerpo que es la Iglesia y no tienen que acudir a nadie para implorar la misericordia pues su Dios es suyo de su y de nadie más.
  • Hay quienes caen en la rutina. Dicen sus pecados como quien lee el prospecto de una medicina, sin ningún arrepentimiento. No les lleva al arrepentimiento, por lo tanto tampoco al cambio de vida, a la conversión, y según salgan del confesionario estarán exigiendo las deudas que tienen con ellos.
  • También están los que sólo consideran pecado algunas cosas. Si se numeran esas confesiones por el número de los diez mandamientos suelen empezar por el noveno, seguir por el sexto y acabarse allí. Nunca piensan que para llegar al sexto se suelen caer en los cinco primeros antes.

Podíamos seguir hasta el infinito, volvamos al Evangelio. «Toda aquella deuda te la perdoné.» El que perdona siempre es Dios, ni el cura ni tu conciencia. Luego tenemos que acudir a la confesión con arrepentimiento y con confianza. Ningún pecado es tan grande que no se pueda perdonar (excepto no querer pedir perdón). Y tendríamos que salir del confesionario dispuestos a tratar a los demás como Dios nos trata, perdonando siempre, hasta setenta veces siete. Hoy mucha gente no sabe perdonar, hay mucho rencoroso. Si los católicos fuésemos auténticos perdonadores muchos se preguntarían el por qué actuamos así. El Papa Francisco nos lo está recordando todos los días. Tristemente también hay que recordar a muchos que se perdona al pecador, peor los pecados (que haberlos hailos), siguen siendo pecados, no se trata de decir al pecador que no lo es, sino que tiene perdón. Pero si aprendemos a perdonar no porque «nos sale» sino porque Dios perdona…, ¡qué distinto sería el mundo!
Luego Di: “Yo soy un signo para vosotros: como yo he hecho, así harán con ellos». Ezequiel hace un sigo para anunciar el destierro, nosotros tenemos que ser signos de la Redención. Ojalá quien no vea o sepa que nos confesamos tenga ganas también de ir a este estupendo sacramento.
En cada confesionario pongo una imagen de la Virgen, a nadie le da vergüenza contar sus miserias delante de su Madre, nuestra Madre del cielo y nuestra Madre la Iglesia. Pues nada, me voy al confesionario un ratito.