Es cosa del ser humano el darse un protagonismo que no tiene. Tal vez sea la forma de hablar o la manera de expresarnos. En mi caso muchas veces me dicen: «¡Vaya parroquia has construido!» Y tengo que reconocer que no he puesto ni una paletada de cemento, ni un vidrio en sus ventanas, ni un ladrillo en sus paredes ni una plancha de Pladur. Tal vez algún clavito para poner un cuadro, pero poco más. Si estuviese a mi lado el jefe de obra o el albañil de la contrata seguramente diría que él también ha tenido algo que ver en todo eso (aunque le achacamos los defectos a ellos y me quedo el mérito yo).

«¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?» En primer lugar que conozco cientos de matrimonios, a muchos les va bien y otros muchos -tristemente-, han roto, y sé que el comentario que voy a hacer al Evangelio puede ser profundamente injusto en algunos casos, no me lo tengáis en cuenta. Ante el planteamiento del divorcio el matrimonio se convierte en una cuestión privada entre Gustavo y Verónica o Eduardo y Segismunda. Se ha perdido el amor, la relación no funciona, no le aguanto, me engaña…, mil motivos entre uno y otro que les llevan a justificar su separación. Se buscarán las leyes mejores que amparen el bienestar de los dos y de los hijos si lo hubiera y a otra cosa mariposa. Y yo me pregunto ¿Dónde quedan los derechos de Dios? Cuando esos matrimonios son Sacramento han puesto a Dios de garante y sustento de su relación y, en la mayoría de los casos, se le da carpetazo a la hora de plantearse el divorcio. A Dios ante quien nos casamos lo echamos de casa al plantearnos la ruptura. Tengo un amigo que no lleva uno sino dos divorcios antes de su conversión y me asegura que él cree que si con su primera mujer hubiera rezado aunque sólo fuera un Ave María diario aún estaría casado con ella.

Matrimonios que lo estáis pasando mal, rezad y rezad juntos, el uno al lado del otro. Si vamos a Misa y muchas veces no conocemos al que tenemos al lado y le deseamos la paz ¿cómo no vamos a hacerlo con aquel que queremos o queríamos al menos?. Pienso que al igual que los sacerdotes somos administradores de la Eucaristía y no podemos vivir la Misa como a nosotros nos apetezca, los matrimonios son administradores de su Sacramento y tienen que vivirlo amándose como Cristo ama a su Iglesia. Es cierto que son dos voluntades y dos libertades que se ponen en juego, pero si mueven papeles para separarse que den la oportunidad a Dios de volver a unirlos, pues Dios los quiere unidos desde el día que bendijo su unión. «¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne»? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»

Matrimonios cristianos, no tiréis la toalla a la primera de cambio. No hagáis del matrimonio otra obra más de lo que el Papa llama la «cultura del descarte». Si no os veis con fuerzas para mantener vuestra unión confiad en la fuerza de Dios para mantener lo que Él ha unido. Hoy parece que el divorcio es una realidad incontestable, pero puede existir una ley del divorcio y que ningún matrimonio sacramental la utilice pues saben cómo, con quien y en Quien se casan y están dispuestos a caminar juntos en el llano, en las cuestas abajo y en los tramos más escarpados.

Hay que rezar mucho por los matrimonios, su alianza es testimonio de la Alianza de Dios con los hombres y esta es irrevocable. Matrimonios católicos: ¡sed felices! ¡Gozad! Que os podamos envidiar sanamente todos los demás y podamos decir: «mirad cómo se aman.» Esa será la mejor defensa del matrimonio.

Sagrada Familia de Nazareth, cuida a todos los matrimonios del mundo, especialmente a los más cercanos.