Comentario Pastoral

ESFORZARSE POR LA SALVACIÓN

La salvación siempre supone esfuerzo, decisión, conversión continua. El Reino que se nos promete es para los valientes, animosos y alentados. Para salvarse no basta con estar inscrito en el registro parroquial, ni haber entrado una vez a la Iglesia por medio del bautismo, sin querer entrar todos los días por la puerta estrecha de la fidelidad al mensaje evangélico y del compromiso personal.

Las puertas de la gracia se abren de par en par, pero son estrechas, pues la oferta de perdón y salvación supone y exige adelgazar en nuestra cobardía y egoísmo. Nuestro verdadero salvoconducto o pasaporte no es aquel que dice: «católico de toda la vida» ó «bautizado de niño», sino la hoja de servicios de cada día que con borrones testimonia nuestra actitud personal de conversión y esfuerzo por superar el pecado.

No nos vale decir al Señor que «hemos comido y bebido contigo…»pues este argumento solamente puede significar que hemos conocido a Jesús, pero no hemos transformado nuestra vida bajo las exigencias de su llamada.

Lo más consolador del evangelio de este domingo es que “los últimos serán los primeros». Estamos a tiempo. No hay lugar para el desánimo. Tenemos puesto reservado para sentarnos a la mesa en el Reino de Dios, si practicamos la justicia. Lo que importa es avanzar por el camino estrecho que nos lleva a la salvación.

Toda la liturgia de este domingo es un canto a la salvación universal, al amor infinito de Dios que no conoce barreras raciales, políticas ni sociales; a la misteriosa riqueza escondida en el corazón de cada hombre justo, invitando al diálogo, al respeto mutuo, a la comunión.

Todos debemos temer la frase terrible de Cristo: «No sé quiénes sois», aunque hayamos enseñado en su nombre y celebrado los ritos en su memoria. No hay que olvidar las palabras de extrema dureza que abundan en el Evangelio.

En la otra vida quedará confirmado el alejamiento de Dios que uno ha buscado voluntariamente en ésta. Y los que parecían últimos precederán a los que se creían primeros.

Andrés Pardo

 

 

 

Palabra de Dios:

Isaías 66, 18-21 Sal 116, 1. 2
Hebreos 12, 5-7. 11-13 san Lucas 13, 22-30

de la Palabra a la Vida

Sólo hace una semana escuchábamos que el Señor no había venido a traer paz sino división. Esa división, de hecho, era el camino para la paz. Hoy la paz es sustituida por otra expresión que habla de la unión con Cristo: reunificación. «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua», profetiza Isaías. «Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios», anuncia Cristo a sus discípulos. Él mismo es el punto de reunión, la causa y el destino de la reunificación es la victoria de Cristo, y a participar en esa victoria vendrán de cerca y de lejos.

Es más, muchos que pueden parecer que están lejos, en realidad están cerca («últimos que serán primeros y primeros que serán últimos») y entrarán al sitio preparado para ellos. La referencia a la puerta estrecha es una forma más de anunciar que Cristo va a reunir a los suyos en su casa. Incluso cuando el Señor envía a sus discípulos a salir a anunciar el evangelio por el mundo, tal y como canta el Salmo responsorial, la intención del Señor es clara: reunir a gentes de todos los pueblos. No se entiende salir de casa si no es para hacer regresar a otros, si no es para ofrecer el calor de la casa del Padre a todos los que están a la intemperie, en cualquier punto del espacio y del tiempo.

Es por esto que el anuncio de Jesús y de los suyos es «católico»: se dirige a todos los hombres de todos los pueblos, a todos a los que el Señor ha hecho sus hermanos. Por eso, el anuncio del Señor en el evangelio de hoy trasluce una experiencia eclesial muy fuerte: ser cristiano supone una experiencia en la que uno se reconoce llamado, atraído por Cristo a sentarse a su mesa, venga yo desde donde venga. Alguien ha venido desde la casa de Dios a llevarme a sentar a su mesa. Alguien que además me ha mostrado el camino, Cristo, y la puerta, estrecha. Cristo revela a un Dios que viene a buscarnos, que no conoce límite en su ilusión y en sus esfuerzos por llevarnos consigo. Pero que espera un corazón agradecido ante su deseo. Espera una respuesta que valore el abajamiento del Hijo de Dios para llamarnos hermanos.

No hay lugar donde se manifieste esta conciencia como la celebración litúrgica de la Iglesia. Llamados de todas las naciones, de cerca y de lejos. Si vivimos agradecidos, si experimentamos que hemos sido llamados por pura gracia, si participamos convencidos de que Dios nos ha llamado a integrarnos así en su familia, entonces veremos en esa liturgia el germen de lo que Cristo profetiza en el evangelio. Quien cree viendo lo poco, podrá disfrutar viviendo en lo mucho. La celebración de los hermanos con el Padre que los convoca es siempre un momento festivo, feliz, en el que todos pueden sentirse identificados, en el que el cristiano puede empezar a gozar de la catolicidad evangélica. El pueblo sacerdotal que anuncia Isaías alabará a Dios tal y como haya hecho en la liturgia, si la fe le permite ver lo que verá. ¿Me alegro de que otros sean atraídos conmigo hacia Dios? ¿Deseo la reunión de toda la humanidad en presencia del Padre? ¿Vivo la celebración litúrgica como promesa de esa reunión final?

La prenda de lo que Cristo anuncia en el evangelio de hoy es la Iglesia, pero también en ella solamente viviendo como hermanos nosotros seremos signo de lo que estamos llamados a ser, de la reunión final que Cristo promueve en su Espíritu cada día.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


24 de agosto: San Bartolomé, apóstol

La falta de datos sobre la vida de san Bartolomé nos ofrece una oportunidad para reflexionar acerca de lo que significa la llamada de los Doce. Los Doce son los pilares sobre los que el Señor ha querido sostener la Iglesia: así los presenta el libro del Apocalipsis: «doce basamentos que llevaban doce nombres, los de los apóstoles del Cordero». Ellos han sido llamados para proclamar la gloria del reinado de Cristo (salmo responsorial) y así ofrecer la salvación para todos los hombres (oración colecta). El evangelio del día presenta la llamada a Bartolomé, también Natanael, en el evangelio según san Juan.

Lo que los apóstoles anuncian es lo que han visto, pues han podido compartir con el Señor, pero también lo que el Señor les ha prometido que verán, «veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar». Por eso nuestra fe se sostiene sobre la columna de lo que ellos vieron. En los apóstoles la Iglesia festeja su catolicidad y encomienda al Señor ser reunida toda entera bajo un único cayado, el de Cristo el Señor.


Diego Figueroa

 

Para la Semana

Lunes 22:
Santa María Virgen, reina. Memoria.

2 Tesalonicenses 1,1-5.11b-12. El Señor es glorificado en vosotros y vosotros en él.

Sal 95. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.

Mateo 23,13-22. ¡Ay de vosotros, guías ciegos!
Martes 23:
2Tesalonicenses 2,1-3a.14-17. Conservad las tradiciones que habéis aprendido.

Sal 95. El Señor llega a regir la tierra.

Mateo 22,23-26. Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.
Miércoles 24:
San Bartolomé, apóstol. Fiesta.

Ap 21,9b-14. Doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

Sal 144. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.

Jn 1,45-51. Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.
Jueves 25:
1 Corintios 1,1-9. Por él habéis sido enriquecidos en todo.

Sal 144. Bendeciré tu nombre, por siempre, Dios mío, mi rey.

Mateo 14,42-51. Estad preparados.
Viernes 26:
Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, virgen, patrona de la ancianidad. Memoria.

1 Corintios 1,17-25. Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los hombres, pero para los llamados Cristo, sabiduría de Dios.

Sal 32. La misericordia del Señor llena la tierra

Mateo 25,1-13. ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Sábado 27:
Santa Mónica. Memoria

1 Corintios 1,26-31. Dios ha escogido lo débil del mundo.

Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

Mateo 25,14-30. Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor.