La cruz es el símbolo más reproducido en la historia de la humanidad. Si quieres, te invito a que cuentes las cruces que tienes en tu propia casa: las que estén colgadas de la pared o al cuello, las que tienen los rosarios, las que están impresas en estampas o en los libros que tienes… La cruz está omnipresente.

Hoy es un día para profundizar en ese hecho: mi vida está llena de cruces, pero ¿realmente me identifico con lo que significa? ¿Vivo cada día con la conciencia clara de llevar la cruz no sólo por fuera, sino por dentro?

Hoy le pedimos con humildad al Espíritu Santo que ilumine nuestros corazones y nos lleve a la ciencia de la cruz, como gustaba decir a Sta. Edith Stein.

La cruz, por un lado, manifiesta una DERROTA en varios sentidos:

1) el más externo es la muerte de quien se anunciaba como el Mesías. Una vez muerto, su derrota ante los ojos de todos queda en evidencia, especialmente sus enemigos.

2) En cambio, a través de una lectura más interna, metidos en la intención salvadora de Jesucristo, encontramos la verdadera derrota de la humanidad: los pecados que la hunden en la miseria, la guerra, la tristeza y la muerte. Cristo ha muerto por los pecados, y toda la pasión nos indica hasta qué punto es horrible el pecado. Tanto, que limpiarlo ha costado muchísima sangre y un grandísimo sacrificio. En la Cruz, Cristo se ha hecho pecado, ha cogido nuestros pecados, nuestra muerte. La oscuridad y el abismo han sido derrotados.

Por otro lado, manifiesta una grandísima y definitiva VICTORIA.

1) La victoria del amor respecto de la soledad: el pecado nos deja tristes y solos. Estos dos elementos son los que desea afianzar el Enemigo en nuestra alma a toda costa. Como canta la Tuna: “triste y sola, sola se queda Fonseca”. El pecado nos deja tristes y solos. Es así. Pero en la cruz encontramos la fuerza para salir de esa dinámica. La tristeza se convierte en alegría por la salvación de nuestro Señor; la soledad se disipa cuando somos abrazados por Cristo: Él ha condenado el pecado en la cruz para salvar al pecador.

2) Como dice Santa Teresa de Jesús: “En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo”. Donde hay una muerte en cruz, en realidad se nos está manifestado una Vida con mayúsculas. La vida de hijos de Dios: la cruz sana los pecados, pero también nos hace herederos con Cristo.

Cuánto tenemos que amar la cruz de cada día. Es una entrega que sólo es posible con amor de Dios, con la gracia de Espíritu Santo. No sólo es voluntarismo: es soplo divino que nos lleva a afrontar las dificultades de todos los días con un sentido sobrenatural.

A veces no estamos tristes por las dificultades en sí mismas, sino que estamos tristes porque no le encontramos un sentido, o el sentido que le damos es muy humano y a veces corto. Las visitas a enfermos muestran con mucha frecuencia esto. Y el consuelo que reciben cuando “comprenden” cómo darle un sentido nuevo a su enfermedad es grandísimo: unen sus padecimientos a la Cruz de Cristo. Ya no se quedan solos (la soledad interior) con su dolor. ¡Señor, ayúdanos a comprender la ciencia de la Cruz!

Hoy es un día para renovar nuestro deseo de llevar la cruz por fuera, pero sobre todo de llevar la cruz por dentro: de abrazarnos a la Vida entregando nuestra vida por amor a Dios.