Herodes tenía ganas de ver a Jesús pero ¿por qué? Por mera curiosidad. A lo largo del Evangelio aparecen muchos personajes que quieren ver a Jesús, que tienen ganas de verle…

Con ese deseo comenzó la amistad de Juan y Andrés: Maestro, ¿Dónde vives? Y les contestó: Venid y lo veréis. De esa visión nació una vida nueva. Se quedaron con El para siempre.

Nicodemo, el maestro de la ley, también tenía ganas de verle pero no se atrevía a ir de día y le buscó de noche. De esta visión también nació el discipulado. Al final del evangelio dio la cara por Jesús.

Justo antes de entrar en la Pasión se acercan unos griegos a los apóstoles con un deseo: Queremos ver a Jesús…

Herodes sólo quería verle, en cambió los demás personajes además querían escucharle. No era una mera curiosidad sino la búsqueda de la plenitud de vida. Ver y escuchar son dos realidades que han de ir unidas en la fe.  Así nos las presenta el evangelista que siguió a Jesús después de verle y escucharle. El papa Francisco nos lo recordaba en su encíclica sobe la fe:

La conexión entre el ver y el escuchar, como órganos de conocimiento de la fe, aparece con toda claridad en el Evangelio de san Juan. Para el cuarto Evangelio, creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver. La escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor (cf. Jn 10,3-5); una escucha que requiere seguimiento, como en el caso de los primeros discípulos, que « oyeron sus palabras y siguieron a Jesús » (Jn 1,37). Por otra parte, la fe está unida también a la visión. A veces, la visión de los signos de Jesús precede a la fe, como en el caso de aquellos judíos que, tras la resurrección de Lázaro, « al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él » (Jn 11,45). Otras veces, la fe lleva a una visión más profunda: « Si crees, verás la gloria de Dios » (Jn 11,40). Al final, creer y ver están entrelazados: « El que cree en mí […] cree en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado » (Jn 12,44-45). Gracias a la unión con la escucha, el ver también forma parte del seguimiento de Jesús, y la fe se presenta como un camino de la mirada, en el que los ojos se acostumbran a ver en profundidad. Así, en la mañana de Pascua, se pasa de Juan que, todavía en la oscuridad, ante el sepulcro vacío, « vio y creyó » (Jn 20,8), a María Magdalena que ve, ahora sí, a Jesús (cf. Jn 20,14) y quiere retenerlo, pero se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión de la misma Magdalena ante los discípulos: « He visto al Señor » (Jn 20,18). (LF. 30)

Y yo ¿tengo ganas de ver a Jesús? ¿Y de escucharle?

Pidamos a la Mujer con más visión que nos conceda la gracia de ver y escuchar a Jesús para que nuestra vida sea algo grande y bello.