Santos: Vicente de Paúl, presbítero y fundador; Antimo, Leoncio, Euprepio, Adolfo, Juan, Florenciano, Hilario, Fidencio, Terencio, Epicaris o Epicarides, mártires; Elceario, conde, Fintán, confesores; Diosdado, abad; Sigeberto, rey; Cayo, Marcos, Abderico, obispos; Hiltrudis, virgen.

Vicente de Paúl y Moras era de ascendencia española; nació en las Landas en 1581. Este hombre, mezcla de aragonés y francés, llevará su impronta de aldeano en sus empresas. El estudiante de los franciscanos de Dax que se avergonzaba de que su padre fuera cojo, se mostrará cuando sea adulto como un campesino gascón prudente y casi lento, tozudo impenitente, silencioso, muy dado a la caridad y lleno de esperanzas. Fue el tercero de seis hermanos y se le inculcó en la familia una profunda devoción mariana.

Parece que hizo estudios universitarios entre Tolosa y Zaragoza. Se acercó al sacerdocio en 1600 y desde entonces pretendió situarse bien en la vida, dedicándose a buscar cargos eclesiásticos; pero se le torcieron todas las gestiones. En Túnez, cuando marchaba a reclamar una herencia que pertenecía a la familia, estuvo cautivo casi por tres años llenos de sufrimiento. Va a Roma a peregrinar y a intentar conseguir una prebenda, pero como le abandona el personajillo curial Montorio de quien se había fiado, aquello terminó en fracaso. Para colmo de desdichas, a su regreso de la Ciudad Eterna es culpado injustamente de robo. Al no faltarle tampoco problemas internos por atravesar una larga racha de terribles tentaciones, entra en picado hundimiento anímico que le lleva a buscar un modesto retiro donde piensa rumiar su amargura por el fracaso múltiple. Pero parece que aquellas frustraciones humanas estaban previstas y escritas en el guión de su vida. Allí, a los pies del crucifijo, vino la luz y recobró energía el espíritu, decidiendo consagrar por entero su vida a los pobres mientras otros, muy listos, inteligentes, educados y finos dedican su tiempo a disputar contra jansenistas, protestantes e incrédulos. Con la ayuda del Oratorio de Bérulle, se produce –a través de la oración intensa y de la penitencia– el cambio de «humor negro» por la amabilidad espontánea y sincera.

Capellán y limosnero de la reina Margarita de Valois, visita y atiende personalmente a los pobres por los arrabales de París. Consuela e instruye a las almas y remedia algo el hambre del cuerpo.

Párroco rural en Clichy y Chatillon les Dombes, se dedica a restaurar material y espiritualmente aquellas parroquias hundidas por el abandono y la herejía; las cosas estaban tan mal que Vicente quema sus energías intentando restaurar la comunión mensual.

Bérulle lo trae y lo lleva. Hace que sea el preceptor de la familia Gondí, que pertenece a la aristocracia francesa, tiene grandes posesiones rurales y podrá apoyarle en sus obras de caridad. Se encontró Vicente a ocho mil colonos que necesitaban de todo; topó con gente descreída inficionada por la herejía que se había hecho anticlerical, con un sacerdote que no sabe la fórmula de la absolución y con ignorantes faltos de atención espiritual; estuvo con el viejo que nunca hizo buena confesión por vergüenza y con los amancebados; descubrió una juventud ahuyentada por los escándalos de los eclesiásticos y a niños que nunca aprendieron a rezar…

Ante este panorama decide abandonar y marcharse a Chatillon, pero Bérulle le frena; le hace ver que solo queda ponerse a rezar y a trabajar. Funda La Congregación de la Misión: sacerdotes seculares dispuestos a predicar misiones por los campos ayudando a los párrocos; la tozudez de Vicente conseguirá la aprobación del arzobispo de París en 1626 y en 1632 la del papa Urbano VIII, en contra del querer de Bérulle. Funda varias Cofradías de la Caridad. Es nombrado capellán de las galeras reales y esto le abre puertas para organizar más misiones y sacar adelante un hospital. Se encarga como capellán de la dirección espiritual de las Salesas donde, con la autorización de la madre Chantal, toma a su cargo la dirección de la colaboradora que será su brazo derecho, Luisa de Marillac.

La actividad que desarrolla parece imposible de abarcar. Forma con clases doctrinales y pastorales a sus sacerdotes y aspirantes e introduce la práctica de Ejercicios espirituales previos a la ordenación sacerdotal que Roma mandará como obligatorios más tarde.

Amplía el campo de las misiones del campo a las misiones en las ciudades.

Richelieu le ha puesto en su punto de mira; nombra obispos para sus diócesis a los mejores sacerdotes que están en torno a Vicente y a él le facilita medios para fundar el seminario de San Lázaro.

Como pasara con los sacerdotes, también las Cofradías de la Caridad se extienden a los suburbios incipientes de las ciudades. Ahora quien coordina esta actividad apostólica y caritativa bajo la dirección de Monsieur Vicent es Luisa de Marillac; con las Damas de la Caridad monta escuelas para niños expósitos, se encarga de la atención de los heridos en los campos de batalla, del Hospital de París y del Asilo del Nombre de Jesús e incluso se atreverán a meterse en Polonia para atender las regiones devastadas por la guerra a petición de la reina polaca.

En su preocupación por mejorar el clero francés, procurándole la formación conveniente y desestimando a los candidatos indignos, no todo fue fácil; incluso le vino bien la ayuda de la reina española Ana de Austria, porque más de una vez se enfrentó con el cardenal Giulio Nazarino para evitar favoritismos en la distribución de los cargos eclesiásticos y, además, había que alentar a los teólogos de la Sorbona que luchaban contra el jansenismo y contra el galicismo, que era un cáncer en la Iglesia.

Desde el cuartel general de San Lázaro envió misioneros a Túnez, Argel, Madagascar y Argelia; no se mantuvo indiferente a los problemas de Irlanda perseguida por Cromwell y proyectaba la expansión a Toledo y Canadá cuando muere el 27 de septiembre de 1660.

Fue canonizado en 1737 y en 1885 nombrado patrón de las obras de caridad; esas que exigen atender los cuerpos y que, si son verdaderas, cuidan más y mejor de las almas.