Desde hace años intento rezar cada día el rosario. Creo que la mayoría de las veces lo hago de forma mecánica y, básicamente distraído. Pero algunas veces logro penetrar en alguno de los misterios que contemplo. A veces lo rezo en el coche; otras paseando; lo hago en momentos de turbación y encuentro paz. En alguna ocasión lo he rezado cuando estaba meditando sobre algún tema, preparando una catequesis o conferencia apostólica, … y me han surgido algunas ideas. Digo esto no como criterio de nada sino porque, al celebrar hoy esta fiesta de la Virgen, he pensado sobre como me ha acompañado el rosario en estos últimos años y aunque quizás muchos días no lo haya rezado de la manera más adecuada estoy contento de haberlo hecho. Diría, como resumen, que me ayuda a sentir la compañía de una Madre y, a través de ella, la cercanía de su Hijo.

Siempre me ha impresionado que, en casi todos los hogares, son las madres las que recuerdan con exactitud las fechas de los aniversarios. Igualmente son ellas las que guardan multitud de detalles que para otros son innecesarios y, siempre, les cuesta desprenderse de cualquier cosa, por pequeña que sea, si hay algún acontecimiento unido a ella. Por eso algunos autores hablan de la mujer como la memoria de la familia y de la sociedad.

En el Evangelio leemos el relato de la Anunciación. Es una lección de cómo la Virgen hablaba con Dios. Cierto que se trata de un hecho totalmente singular y extraordinario, pero dice muchas cosas. Lo primero que nos enseña es que la iniciativa de la oración viene de Dios. Él es quien se adelanta a hablar. Nos ha dicho cosas. Igual que aquel día se apareció a la humilde mujer de Nazaret también nosotros podemos decir que Dios se ha fijado en nuestra pequeñez, pues le conocemos. Tenemos todo lo que nos dice la Biblia y lo que nos enseña la Iglesia. La oración es una respuesta al diálogo que Dios inicia.

Y la Virgen nos enseña también cómo hemos de orar. Ella responde poniéndose totalmente a disposición del Señor: “Hágase en mí según tu palabra”. En aquel diálogo también hizo una pregunta. No hay en ella rastro de duda alguna, ni escepticismo. Pregunta por cómo va a suceder algo tan extraordinario. Y el ángel le responde introduciéndola en un misterio más grande (“vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra”). Toda la dimensión de la escena es Trinitaria (Dios Padre se dirige a ella y le habla de la encarnación de su Hijo por el poder del Espíritu Santo). La oración, así, nos va introduciendo en el misterio de Dios. Él nos revela su intimidad, su vida, su amor. Nosotros respondemos aceptando sus designios. A ello nos conduce también la oración, a querer secundar la iniciativa misericordiosa de Dios. Como María y contando con su ayuda.

El Rosario, de alguna manera, nos lleva a hablar con Dios desde la oración de la Virgen. Entramos en todo lo que ella custodia en su corazón y, movidos por su ejemplo, aprendemos de ella a responder a Dios, a hablar con él.