Me acuerdo de la escena de una comedia del mítico Paco Martinez Soria donde el protagonista, un hombre sencillo de pueblo -personaje preferido por el actor-, declara a una mujer de alta cuna: “yo a lo que aspiro es a poner una pierna mirando para Francia, otra para Inglaterra y descansar con la conciencia tranquila…”.

Me parece la mejor imagen para definir “la paz interior”. Importa tener una conciencia tranquila que no alberga remordimientos o rencores, pero también que está serena porque se sabe amada. Radicalmente amada.

Cuando san Pablo escribe el himno cristológico a su querida comunidad de Éfeso, les proclama la esencia de esa conciencia en paz: “Dios os ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo…”. Qué preciosa manera de declarar el inmenso amor de Dios por cada uno de nosotros.

Una pareja que acaba de casarse y desean tener su primer hijo, a los pocos meses reciben la noticia anhelada, y cuánto amor se desarrolla en esos nueve meses antes del parto. Antes de que haya nacido el niño es elegido, es esperado, increíblemente amado. Pues así, antes de ser creados, Dios nos esperaba con un infinito amor.  ¿Yo soy así de amado? Sí, antes de crear el mundo Dios también te había soñado y te esperaba.

Pablo abre más el telón y muestra todavía un horizonte mayor: “… nos ha destinado a ser sus hijos”. Si hoy alguien lee por primera vez estos comentarios, me gustaría que saboreara esta delicia: Dios, en Cristo, te hace hijo. Y acuérdate de cómo un niño, en condiciones normales, duerme tranquilo sabiendo que sus padres ya cuidarán de él, le orientarán y le acompañarán en sus problemas. ¡Eres hijo de Dios! No lo olvides. Con todo lo que eso significa. No eres huérfano o desheredado, ni abandonado sin suerte ni patria. Es el momento de fiarse de nuevo.

¿Cuál es mi final? Dios tiene un plan de felicidad sobre mi vida y puedo decidirme por él. San Pablo dice: “Este es el plan (…): recapitular todas las cosas del cielo y de la tierra”. Es una cosa fantástica: nada de mi vida va a caer en el vacío. Todo será “recapitulado”.  Todo será unido. El plan es unir, he aquí la llave de la felicidad. Todos disfrutamos en la unidad, todos sufrimos en la separación. Merece la pena vivir trabajando por este plan a todos los niveles: desde despachar con amor en la tienda, o haciendo que mis padres se respeten y se valoren, mirando al compañero con ojos nuevos, tratando con educación a mis vecinos, amando con pureza a mi novio, siendo fiel en mis estudios, etc. Uniendo, integrando, al final, también Jesucristo sabrá “recapitular” aquello que todavía en esta tierra no encontró la unidad.

He aquí la raíz de la paz del alma. Por eso, volvemos a leer el salmo y lo entendemos. Todos necesitan de esta victoria y de esta justicia. ¡Todos anhelan esta paz! No lo dudes.

Pero, ¿habrá profetas hoy que lleven esta palabra por las calles del mundo? ¿Les rechazarán y atentarán contra ellos? Seguro, pero escucha el evangelio de hoy: Jesús siempre estará de su parte y dará la cara por ellos.