Hay un antigua enseñanza oriental que dice:

“¿Sabes cuál es la distancia que tienes que recorrer para alcanzar la solución a tus problemas? Es la distancia que hay entre tus rodillas y el suelo”.

Ciertamente una persona que ora, es una persona que espera. Ponerse en oración, puestos de rodillas ante el Señor, es la mejor manera de empezar a afrontar cada cuestión en la vida. No nos inclinamos para resignarnos. Orar no es conformarse sino actuar. Reconociendo “de quién” es nuestra vida, “en quién” realmente podemos confiar y “desde dónde” debemos empezar a caminar.

Teresa de Jesús, cuando el Señor alcanzó el amor de su corazón -casi treinta años después de su entrada en el convento, como ella misma confesaría- convirtió la oración en un modo de vida. Por eso, con San Juan de la Cruz, son los grandes místicos y maestros de oración para toda la Iglesia universal.

Se puede hacer oración de la vida y hacer de la vida una oración. Como la santa de Avila nos decía: “la oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

¡Podemos hacer de la vida una continua oración a nuestro Dios! Podemos tratar en amistad con el Dios que nos ama. Y debemos hacerlo también, con exquisito cariño, a solas, , con el amor y esposo de nuestras almas. Un enamorado cuando no está con su amada anhela, piensa y espera en ella, siempre la hace presente en lo que hace y siente. Pero su deseo es tener momentos de intimidad con ella. Hacer de la oración un estilo de vida surge de un alma enamorada de Dios.

 Si en la tradición judía sólo puedes acercarte a la sabiduría de Dios como un siervo se acerca a su amo, con esa gran virtud del “temor del Señor” – como nos dice el libro de la Sabiduría-; hoy llegamos a Dios a través de Cristo. Por Cristo, con Él y en Él… -decimos en misa-. Por Cristo llegamos a Dios como amigos, ya no como siervos. Por Cristo alcanzamos a Dios en los más necesitados. En Cristo entendemos de un modo profundo y sencillo lo que significa amar y la esencia del amor divino. Con Cristo nos encontramos vivos, acompañados, queridos, dignificados, curados, alimentados, dignificados, descargados, aliviados, descansados…  Estos son los frutos de la oración cristiana. Orar no es un problema o una tarea, es disfrutar del encuentro con Aquel que amamos.

Escucha la oración de Jesús: “venid a mí… Todo me lo ha entregado mi Padre…”. Por eso, en Cristo puedes encontrar las respuestas a tus preguntas, la luz para tus problemas. Y no te hace falta ser sabio o entendido, sólo hace falta que con humildad, con sencillez, con un corazón manso reces y le digas: “aquí esta mi yugo”. Y él te responderá: “mi gracia te basta”.

A la monja santa más inquieta y andariega no le faltaron inmensos dolores en su camino de fe y en sus fundaciones, pero tenía un secreto para vencerlo todo: cada día recorría esa pequeña distancia,… la de sus rodillas al suelo.