En el Evangelio de hoy Jesús nos lanza una pregunta punzante o hasta puede parecer un reproche: ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?

En nuestro tiempo muchos musulmanes están sufriendo el hecho de que unos pocos usen el nombre de Allá para hacer el mal y como dijo alguien en su pregón con motivo del DOMUND, vivimos tiempos convulsos, que nos han dejado dañados en las creencias, huérfanos de ideologías y perdidos en laberintos de dudas y miedos. También la iglesia católica lleva el peso de los abusos y de una historia, que no siempre ha sido constructora de paz. En el pregón dado en la Sagrada Familia en Barcelona se describe nuestra sociedad como  una humanidad frágil y asustada que camina en la niebla, casi siempre sin brújula. Estamos en un momento de desconcierto, amenazados por ideologías totalitarias y afanes desaforados de consumo y por el vaciado de valores.

Pensando lo que vivimos en nuestros tiempo, son las palabras de San Pablo a los Efesios de una actualidad impresionante: “esforzaos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.” Como cristianos estamos llamado a buscar lo que nos une con las otras personas. Necesitamos volver a una escucha profunda de la gente, incluso y sobretodo de aquellos que piensan distinto de nosotros. Jesús visitaba a la gente como Zaque, Simón el fariseo, Marta, María y Lázaro, etc. en sus casas, cenaba y comía amistosamente con ellos, no los juzgaba. Esto no significa que bendigamos todo lo que la gente vive y dice, pero quizás sea necesario que las personas nos expresen su decepción frente a la iglesia y su desesperanza frente al mundo, como lo hacen los dos discípulos de Emaus con Jesús, para que sus ojos  puedan abrirse poco a poco y desde el calor de la amistad. Solamente la amistad es capaz de rescatar lo común y no de recalcar tanto las diferencias. Tampoco se trata de corregir al otro en un plano primeramente moral. Muchos jóvenes no se casan hoy por la iglesia, porque no creen en un amor para siempre, no necesariamente por tener algo en contra de la iglesia. Reforcemos la esperanza de la gente y desde ahí otras cosas surgirán como consecuencia de recuperarla.

Mucho del deseo de solidaridad, aunque esté mezclado con otras cosas, es inspirado por Dios en el corazón de muchos ateos, agnósticos o enfriados de la fe. Valoremos las reflexiones de los demás y quizás desde allí los podamos llevar más lejos, a dónde el Espíritu de Dios nos vaya indicando.