Comenzar el curso es como escalar una montaña con una pendiente del 57%, un rompepiernas o un rompealmas. Poner en marcha a 900 niños (con sus respectivos padres y madres), comenzar las catequesis de confirmación para niños, adolescentes, jóvenes y adultos, los cursos prematrimoniales y los grupos de matrimonios, los coros y los grupos de oración, el despacho parroquial y todas las Misas, horario de confesiones, ratos de adoración, Cáritas, Operación Kilo y puesta en marcha del ropero, alguna obrilla, los que traen problemas, los que traen alegrías, el consejo de pastoral y la economía, sacar a los perros, las reuniones de arciprestazgo, de vicaría y los encuentros diocesanos, los monaguillos y los ratos de oración personal hacen que el único hobby que me puedo permitir es ir a visitar a mi madre un par de veces en semana, al menos. A las 5:15 suena el despertador y por la noche no hay hora para que suene el acostador. Y así de lunes a domingo. Esto no es nada comparado con un padre o una madre de familia que encima les rompen el sueño a las tres de la mañana (este año aún no han llamado de ninguna urgencia hospitalaria), así que es normal que estemos cansados, que soñemos con el día en que durmamos siete horas…

“Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.” ¡Qué bueno es Dios! Convéncete: nuestra fuerza es prestada: “Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, por todos los santos.” Gracias a Dios Él no hace un casting de forzudos a ver quién aguanta. Como alguna comentabais hace no mucho, cuando abandonas tu flaqueza en manos de Dios, temerosa por la enfermedad, recibes la fortaleza que nunca pensabas que tenías…, porque no la tenías, te ha sido dada. ¿Era yo el más indicado para levantar una parroquia? Por supuesto que no, los hay más simpáticos, mejores gestores, más rezadores, más pacientes e incluso hay alguno con más pelo…, pero si la Iglesia te lo encarga y te abandonas en manos de Dios saldrá adelante, como así está siendo. Abandonarse no significa no hacer nada, sino desgastarse sin miedo a equivocarse y sin ningún miedo a los espíritus malignos del aire que llevan, por un lado , a la depresión, a la angustia, al miedo al qué dirán y, por otro, al afán de protagonismo, a fiarse sólo de nuestras propias fuerzas o depender de nuestros estados de ánimo.

«Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte» Pocos avisos como ese nos harían caer en el miedo, en la tristeza o en la desesperación, la única solución la huida. Pero Jesús no viene a buscarse a sí mismo, él tiene que hacer lo que el pueblo de Israel no se dejó “hacer “reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas” y por eso no es su fortaleza humana la que se pone en juego, sino el don de Dios.

Concluyendo: Si tienes miedo a que tu noviazgo salga bien y no sabes si aguantarás toda la vida (qué larga una vida, dicen) junto a la otra persona y feliz, si no sabes si tienes fuerzas para arreglar tu matrimonio y avivar las ascuas de la rutina, si te da miedo el comprometerte con la vocación sacerdotal o religiosa por tus debilidades, si temes ser apóstol en medio del mundo por lo que dirán de ti…, entonces, acuérdate que la fortaleza con la que Dios cuenta no es con la tuya, sino con la que Él te da si la aceptas. Reza y te sorprenderás.

María, en toda su fragilidad, es la mujer fuerte. No te separes de ella.