img_2612Yo creo que no atinamos bien cuando creemos que el historial de nuestra vida es capaz de mover el corazón de Dios, es decir, haber tenido tíos sacerdotes, haber sido monaguillos en la infancia, saberse de memoria todos los Papas desde san Pedro, ser muy voluntariosos en el ejercicio de las virtudes, etc. Parece que a Dios hay que sacarle un mantel e ir colocando sobre él nuestras piezas valiosas, como diciéndole, «mira, rezo todos los días, me confieso con más asiduidad que los demás, me da mucha pena la gente que no cree, pero yo sí, yo soy de los tuyos». Cristianos así ya tienen su propia recompensa. Son aquellos que quieren ganarse a puños la santidad y se ponen a exigir al Señor el premio de la vida eterna. Menuda amistad, uf, son gentecilla disfrazada de ángeles con olor a Chanel. Si el Señor se encarnó fue para decirnos, «ojalá os interese yo, mi divinidad, mi humanidad, todo yo, ojalá no os escandalicéis de mí, me gustaría haceros míos, amigos que han salido de mi pecho, me encantaría que me dijerais que no podéis hacer las cosas con vuestras fuerzas para que vierais lo mucho que quiero intervenir en vuestra vida». Y nosotros a vueltas con el currículum.

Hoy aparece en el Evangelio un tipo bastante despreciable. Zaqueo no era un espécimen del tipo Amancio Ortega, que se ha enriquecido a fuerza de crear riqueza y puestos de trabajo. Zaqueo se hizo rico a base de forrarse en detrimento de los demás. Es la clase de personas que nos gusta tener bien lejos, porque nos resultan hipócritas, como si supiéramos que ¡zas!, más pronto o más tarde, nos la van a jugar y nos robarán hasta el rosario de la abuela. Pero lo único que se le ocurrió a este salteador de guante blanco fue subirse a una higuera, porque era bajito y quería ver a ese espectáculo de hombre que hacía muchos milagros y tenía a todo el mundo detrás de él.

Y a nuestro Señor le bastó su curiosidad, repito, le bastó su curiosidad. Es como si Dios estuviera tan enamorado del ser humano que un sólo indicio de aproximación humana le trastornan sus santas extrañas, y se pone en primera fila, para responder a su curiosidad con un encuentro. Y fue un encuentro antológico, Zaqueo dio la vuelta al calcetín de su alma y empezó a decir unas cosas que, los que más le conocían, debieron pensar que si pasaba el control de alcoholemia iba a dar positivo, fijo. Ya te digo, a Dios le basta que seamos bajitos y nos venga curiosidad para que transfigure nuestra vida.