bobinEl Señor nos dice en el Evangelio de hoy que para el Padre todos estamos vivos. Si lo piensas bien, esto es algo muy audaz, porque nadie en la tierra es capaz de una mirada tan atrevida. Una madre siempre piensa en el mal que le puede suceder a su hijo, y no duerme de sólo pensar que pueda llegar más tarde de lo habitual, debido a un millar de problemas que ni se atreve a elucubrar. Es como si la muerte, o una vida incompleta, acecharan siempre al ser humano. En el día más importante de su vida, el día de la boda, los esposos saben que hay una presencia que arrebatará su unión definitivamente: se llama la muerte, y llega sin tarjeta de visita ni discurso altivo. Querer en profundidad a alguien es poder llegar a decirle: “tú no morirás nunca”, pero es que no puede ser. Los amigos, los esposos, todos se nos van de las manos. Hace bien poco tiempo me llamaron para dar una unción de enfermos. Mientras pronunciaba el salmo de consolación más hermoso de la Escritura, “el Señor es mi pastor, nada me falta”, el enfermo se me murió. De repente se fue, plaf. Así de fácil, así de misterioso. Respiraba y dejó de respirar. Desde ese instante empezaron las lágrimas de los suyos, era la confirmación de lo que sospechaban sin querer saberlo, el hombre es mortal a pesar de todo el amor que se ponga en él.

Pero he aquí que Alguien dice: “Para Dios todos están vivos”. La novedad significa que existe una Persona capaz de mirarme con la serenidad de saber que nada podrá arrebatarme la vida, y que además es capaz de proponerme más vida. Hoy un chaval joven, muy espabilado, extrovertido, listo como pocas veces he visto tan a flor de piel, me ha dicho muy aseverativo que es agnóstico. Después de hablarme de la curiosidad que siente por la vida, de que todo le parece poco para entrar con las dos manos a profundizar, me dice que Dios no tiene el atractivo suficiente para ir en su busca. Y me he llenado de tristeza, porque la propuesta de un Dios Dador de vida, debería tener más atractivo que todas las cosas que empiezan y acaban. Menos mal que me he acercado a la cama de un enfermo de ochenta años, que tiene un pie ya en el más allá, y me ha dicho desde esa posición tan incómoda, “yo creo, padre, que en la otra vida Dios nos tiene preparado un mundo por descubrir, igual que seguiremos descubriendo su propia Persona, Dios seguirá siendo a nuestros ojos igual de atractivo que lo fue mientras vivimos aquí en la tierra”. Yo creo en este entusiasmo del anciano al que es posible que ya sólo vuelva a verlo en la otra vida. Ha descubierto el secreto de la existencia: su Autor es atractivo, y merece la pena poner en marcha una galerna de entusiasmo por ir detrás de Él.