El refranero español afirma de noviembre: “Dichoso este mes, que empieza con los Santos y acaba con San Andrés”. Este santo, junto con su hermano Simón Pedro, y sus amigos Santiago y Juan, son los primeros apóstoles a quienes Jesús elige. La escena tiene lugar donde ellos viven desde siempre y donde han aprendido de sus mayores a trabajar en la dura vida de pescador. Jesús acude a Betsaida, en la orilla del lago de Galilea, donde están los pescadores realizando sus faenas. El Señor les hace una propuesta firme y escueta: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Suena como una firme oferta de trabajo para los cuatro, y además relacionado con la pesca. Ellos, dejando las redes, aceptan el nuevo puesto.

A partir de ese día, su forma de pescar cambia radicalmente, aprendiendo unas nuevas técnicas que aprenden directamente del Maestro: ser pescador de almas, ganar almas para Dios, implica una vida entregada a nuestro Señor y vivir una intensa vida de comunión con Él. Los apóstoles tuvieron la oportunidad de acompañar al Maestro varios años, recibiendo una preparación especial para su misión en el mundo, siendo testigos oculares de la misericordia de Dios, de su poder salvador, de su cercanía y sobre todo de su gran amor hacia cada uno en particular. Cuando Cristo ascienda a los cielos, ellos tienen que guardar el testimonio de la vida del Maestro, anunciándolo por toda la tierra con la fuerza del Espíritu Santo, y cumpliendo su misión de pescar muchos hombres para el Reino de Dios.

Después de cumplir su misión de en el mundo, San Andrés murió clavado a una cruz con forma de aspa, rasgo distintivo que le señala habitualmente en los apostolarios que decoran nuestras iglesias. Su hermano san Pedro fue también crucificado, aunque boca abajo. Los dos hermanos, hijos de Jonás, comparten el tipo de muerte al final de su vida terrenal, imitando así al Maestro; comparten también el momento inicial del seguimiento de Jesús. Pero hoy queríamos fijarnos en otro detalle acerca de los dos santos apóstoles y hermanos.

Por un lado, el nombre de Andrés etimológicamente indica hombre fuerte, viril. En sentido estricto significa virilidad, hombre viril. Pero en un sentido más amplio hace referencia a la valentía y la fortaleza.

Por otro lado, Simón es nombrado por Jesús como Cefas, que significa Piedra (cf. Jn 1,42), roca firme sobre la que afianzar la construcción de la Iglesia (cf. Mt 16,18). De este modo, los nombres de ambos hermanos se refieren a dos virtudes muy apostólicas: la valentía y la firmeza.

Le pedimos hoy a San Andrés que vivamos nuestra fe con gran valentía, defendiendo ese tesoro en medio de las dificultades. Junto a la valentía, le pedimos la firmeza en nuestras convicciones cuando entren en conflicto con costumbres contrarias al Evangelio.