Jesucristo, siguiendo la tradición del Antiguo Testamento, alude a las luchas que se dan entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, el amor y la soledad, la libertad y la esclavitud, etc. Quien luche por vivir según los primeros, vencerá; quien se deje arrastrar por los segundos, se perderá.

La imagen usada por el Señor en este caso es la casa construida sobre roca o sobre arena: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca”.

Esta pedagogía sencilla de Cristo es un leguaje que todo el mundo entiende y que está lleno de aplicaciones prácticas, sobre todo a la hora de educar. Es como el lenguaje binario, que tanto se usa en informática: sólo se usan dos cifras, 1 y 0. Pero a partir de estas dos simples cifras pueden desarrollarse después complejos sistemas informáticos, que hoy día todos utilizamos en nuestros ordenadores, smartphones, tablets, coches, centrales nucleares, etc.

Del mismo modo, la doctrina del Evangelio sobre el bien y el mal parten de una base sencilla, pero su desarrollo da lugar al complejo mundo de la doctrina moral, que es el vademécum para guiar nuestros actos en la vida cristiana. Es la tercera parte del Catecismo, la vida en Cristo.

Esta relación entre el lenguaje binario, descubierto por un indio en el s. III a.C., y la vida moral (el bien y el mal) nos hablan de un mundo en el que hay reglas que el hombre puede conocer, y sobre las que se van desarrollando la vida humana y las civilizaciones, tanto en un plano científico como ético. La ciencia y la fe hacen referencia a la realidad, y sobre ella se construyen.

Esta reflexión basada en la pedagogía que usa Cristo para distinguir en el bien y el mal se está perdiendo en la cultura actual. La relación entre bien-mal, y verdad-falsedad se ponen en duda. Y de este modo se abandona ese lenguaje binario básico para construir sistemas más complejos. El 1 y el 0, el bien y el mal, se pueden confundir en la vida moral. Y así es como nace el famoso relativismo moral, donde cada uno puede dar un valor moral de 1 o 0 según se le antoje, dependiendo de las circunstancias, opiniones y costumbres más extendidas, estados de ánimo o una simple conveniencia por mera comodidad.

El daño moral que provoca esta tergiversación es idéntico al que provoca un virus en el ordenador. Impiden un correcto funcionamiento del sistema. Si además pasamos del plano individual al plano social, la gravedad se multiplica exponencialmente: un sistema legal en el orden regional, nacional o internacional con estos errores de base va desintegrando poco a poco la estructura social porque no se fundan en una idea sólida de bien.

Le pedimos al Señor que siempre le reconozcamos como el sumo Bien, y que nos alegremos de su inmensa misericordia, al venir siempre en nuestro socorro: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Él es la Roca perpetua sobre la que se cimienta nuestra vida.