La vía Sacra que el Señor nos abre está llamada a ser recorrida con alegría. Por eso la segunda semana del Adviento está marcada por la alegría de la preparación a un gozo mayor: la venida del Señor en Navidad. Esta alegría es fruto de la consolación y la misericordia de nuestro Padre Dios.

Por eso las lecturas de hoy nos hablan del deseo más profundo del corazón de Cristo: consolar y perdonar.

Los dos movimientos del corazón de Dios están presentes a lo largo de la Sagrada Escritura. Cuando acudimos a las bienaventuranzas vemos que la consolación es una promesa de Dios: Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados. Es propio de Dios el oficio de consolar. San Ignacio de Loyola en la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales invita al ejercitante a considerar el oficio de Consolar que trae Cristo Resucitado. Hoy es el profeta Isaías el que nos muestra como Dios desea consolar a su pueblo.

Dios se alegra consolando y Dios se alegra perdonando. De ahí que la lectura del Evangelio de hoy sea la parábola de la oveja perdida. Dios ha venido a buscarnos porque estábamos extraviados. Y como buen pastor nos ha buscado metiendo sus brazos entre las zarzas en las que estábamos alejados y oprimidos. Pero ¿qué piensa Dios cuando nos encuentra? ¿Cuál es su actitud? El no piensa tanto en los trabajos que le ha costado el recuperarnos sino que nos manifiesta el gozo por haber recuperado a su oveja. C. S. Lewis, el famoso escritor inglés, se convirtió porque le venía a ratos una alegría sorprendente que no podía explicar. Las cosas rebosan de alegría porque han sido creadas por un Dios alegre en un acto de júbilo.

Esta es la alegría que el Señor nos invita a cultivar en el adviento. Cierto es que a veces no depende de nosotros que nos pasen cosas alegres pero debemos de luchar por la alegría, por descubrir signos alegres debajo de las capas melancólicas de la vida. Estar alegre precisa tantas veces un corazón generoso para olvidar  las penas que nos deslizan hacia la autocompasión y el pesimismo. Iluminan al respecto las palabras de la Santa Madre Teresa de Calcuta: Siempre que estamos tristes es, en el fondo, porque le hemos negado algo a Jesús.

La práctica de no rezar el gloria durante el Adviento nos ayuda a acrecentar la alegría que desbordará en la noche buena porque como diremos en Navidad: ¿Cómo puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la Vida?

Que María, causa de nuestra alegría nos conceda experimentar la alegría del consuelo y el perdón del Señor.