Tras recibir el anuncio del ángel María corrió al encuentro de su prima Isabel. Entonces Juan ya actuó como Precursor. Saltando de alegría en el seno de Isabel le dio a conocer que María era la Madre del Mesías. Jesús desde el seno de la Virgen santificó a Juan. Es algo magnífico que explica esa relación especial entre Juan y Jesús. Jesús quiso visitar a Juan aun antes de su nacimiento llenándolo de alegría. Una de las palabras que definen a Juan es la alegría. Quizás no nos fijamos bastante porque en este mundo nuestro se confunde la diversión con la alegría.

Cuando se le anunció a Zacarías que tendría un hijo el ángel le dijo: “te llenarás de alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento”. Hoy vemos cómo salta de alegría dentro de Isabel. El mismo Juan hablará de la alegría “del amigo del novio”, que es la suya pues todo su gozo estaba en la realización de la misión de Cristo. Y el mismo Jesús dirá a los discípulos de Juan cuando éste ya estaba en la cárcel “¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”, cosa que sucede con Juan que morirá por Cristo.

Necesitamos entrar en amistad con Juan, amigo de Cristo, para conocer la verdadera alegría. En nuestro mundo se confunde la alegría con el lujo, la riqueza, el entretenimiento,… Jesús preguntará ¿Qué habéis salido a buscar al desierto? Y hablará de la caña que se agita o del lujo, signos ambos de lo efímero, lo inconsistente y lo superficial. Y tantas veces es así nuestra alegría, sucedáneo de la auténtica.

Escribió san Agustín sobre san Juan Bautista: “Él no obtiene la alegría de sí mismo. El que quiera encontrar la causa de su alegría en sí mismo, estará siempre triste; pero el que quiere encontrar su alegría en Dios, estará siempre alegre, porque Dios es eterno. ¿Quieres tener una alegría eterna? Esto es lo que hizo Juan”.

La alegría de Juan se colmaba en Cristo. Fue un corazón siempre alegre porque Cristo lo llenaba todo. Necesitamos aprender de él esta alegría. No sorprende que Juan se desprendiera de todo y eligiera esa austeridad que tan bien describen sus vestidos, su alimentación y la aridez del desierto. Tiene a Cristo, razón de la verdadera alegría.

Otro aspecto es cómo empieza a realizarse la predicación de Juan: “preparad un camino al Señor”. La Virgen corre a la montaña, Juan salta, Isabel levanta la voz… son todos verbos que indican movimiento. La simple noticia de la presencia del Mesías debe arrancarnos de la impasibilidad y la apatía. Es un movimiento que brota de la alegría y que va unido a la caridad. Es un movimiento que reafirma la fe. Es Jesús quien, aún oculto en las entrañas de María, comienza a renovarlo todo.

Quiero pedirle a san Juan Bautista que me ayude a recibir a Cristo. Quiero pedirle que me contagie su alegría; es decir, que me acerque a Cristo. Quiero pedirle a san Juan Bautista que esa alegría me transforme de tal manera que abandone lo mundano para que no confunda los deseos que hay en mi corazón. Quiero pedirle a san Juan Bautista que me enseñe a contagiar la alegría de conocer a Cristo a los demás como él hizo su madre. Quiero pedirle a san Juan Bautista que la alegría de la Navidad sea una confesión de fe como sucedió aquel día en la casa de Zacarías.

Finalmente quiero pedirle a la Virgen que me disculpe por no haberme centrado en ella en este comentario. Pero ella, la Inmaculada, la Madre del Verbo humanado, me ha llevado a casa de Juan, donde permaneció tres meses y, parece lo más lógico, contempló a un Juan recién nacido. Desde el corazón de María queremos ser amigos de los amigos de su Hijo para amar mejor a su Hijo.