Comentario Pastoral

LO NUEVO DE DIOS Y LO VIEJO DEL HOMBRE

Después de la oscuridad larga de la nochevieja, tan cargada de euforias y brindis, brota espontáneo en la luz del primer día de enero el deseo de un «Feliz Año». Cada día del año que hoy estrenamos es una oportunidad para ascender un peldaño en la vivencia del amor, de la alegría y la esperanza. Hoy es día propicio para soñar un mundo nuevo, habitado por hombres nuevos; un mundo en progreso, más fraterno, que se rejuvenece por los caminos de la paz, que son fruto de la justicia.

La Navidad de Dios liberó al hombre de la noche del error y del pecado y lo sacó al día, a la verdad, a la vida. A la luz de Dios encarnado el hombre pudo ver su propia figura y comprender el valor exacto de las cosas. En Jesucristo nace el «hombre nuevo», el hombre de la paz, de la esperanza, de la alegría, del trabajo, de la libertad, del diálogo y del amor: el hijo de Dios. El «hombre nuevo» es aquel que no envejece, porque el espíritu no tiene calendario y la edad verdadera solamente se mide por los días vividos en gracia.

En estos días en que una marea de ternura sacude la tierra y se da tregua al odio y a la infidelidad, nace con fuerza nueva la paz cristiana, que es el equilibrio interior en la amistad con Dios. La paz es conquista de todos los días del año, de los primeros y de los últimos, de los viejos y de los nuevos. La paz es un don y un programa; hay que merecerla y querer recibirla, pues no es simple ausencia de violencia, sino plenitud de bien.

Es muy significativo que el año comience litúrgicamente con la fiesta de Santa María, Madre de Dios. En un mundo en que abundan los solitarios y muchos hogares están faltos de calor, el cristiano toma conciencia, en este día inaugural, de que no está huérfano y tiene Madre. Su primer acto de fe en el Año Nuevo es creer que María es la Madre, siempre Virgen, de Dios hecho hombre en Jesucristo. La verdad de la maternidad divina unida a la maternidad espiritual de los hombres es un motivo de gozo incesante y comprometedor. Al poner bajo su protección nuestra vida, le confiamos los dolores, gozos y gloria de cada jornada del año que empieza. Como devotos sencillos, pletóricos de sensibilidad sobrenatural, reconocemos que el único camino para ir a Cristo es María, camino de felicidad verdadera que nos libera de la vulgaridad de la apatía e indiferencia. ¡Feliz año nuevo, de la mano de Santa María la Virgen!.


 

Palabra de Dios:

Números 6. 22-27 Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
San Pablo a los Gálatas 4, 4-7 San Lucas 2, 16-21

de la Palabra a la Vida

Ocho días después del nacimiento del Salvador, ocho días después de aquella noche buena de su natividad, Jesús es circuncidado y recibe el nombre que el ángel en sueños le había revelado a José. Durante una octava hemos contemplado al niño más bien a la expectativa, entre promesas y oráculos.

Pero ahora empezamos a maravillarnos y a acoger en el corazón todo lo que sucede: «Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús», dice el evangelio de hoy. A los ocho días de su nacimiento, por tanto, el niño derrama su primera sangre, sangre que manifiesta su humanidad recibida de María, sangre que «contiene» su divinidad por ser el Verbo de Dios, sangre que anuncia de forma profética la que será derramada para a realizar «una alianza nueva y eterna» por todos los hombres en los días de su pasión y muerte. Verdaderamente, este niño puede llamarse Jesús, pues por el derramamiento de esa sangre «Dios salva». Es un recién nacido, pero ya empieza a cumplirse lo que de Él anunciaron los profetas.

Este misterio podría tenernos entretenido en la contemplación durante todo el día: el que nació al principio de la octava, al final de la misma manifesta para qué ha nacido, para establecer una alianza nueva en su sangre. ¿Acaso podemos recibir alegría mayor? Ciertamente, este niño está dispuesto a morir por nosotros cuando es aún un pequeño ¿Acaso podemos recibir bendición mayor? La bendición es la salvación, pero la bendición se manifiesta en la descendencia. Este niño, de la descendencia de David, es la bendición esperada por los pueblos. Por eso, ¿acaso podemos pensar en otra bendición al escuchar la bendición de Aarón en la primera lectura? El Señor protege a su pueblo y le concede la paz mostrándonos al «príncipe de la paz». La bendición no es un deseo, no es un gesto, es ni más ni menos que Cristo. Nuestra bendición es Jesucristo, «que es el Salvador que los hombres esperaban».

¿Qué mejor proyecto en este tiempo nuevo que ser bendecidos por Cristo, que preparar el corazón para acoger y recibir su divinidad en nuestra pobre humanidad? La salvación se ha hecho presente entre nosotros, y así nos introduce en una vida nueva, en un tiempo nuevo, en un año nuevo: Sí, el año no es el 2017, es Cristo. En Él, todo es salvación y gracia. El que crea una alianza nueva hace también nueva nuestra vida. Cristo es el año nuevo en el que vivir, en el que movernos, en el que sentirnos bendecidos y amados por Dios. Así, el deseo «feliz año nuevo» se transforma en la certeza «feliz año en Cristo».

Y aún no hemos introducido la fiesta de hoy: Santa María, Madre de Dios. Así la reconoció el concilio de Éfeso, en el año 431. Si Cristo se ha revelado como el que es verdadero Dios y verdadero hombre, con dos naturalezas perfectas unidas en la única persona del Verbo encarnado, la Madre no puede serlo de una naturaleza -la humana- pero no de la otra, pues no hay dos personas en Cristo, sino una. El que derrama su sangre es el Salvador: María es Madre, entonces, del Salvador que derrama su sangre, cuya maternidad virginal la Iglesia ha visto prefigurada en la escena de Moisés ante la zarza ardiente: la zarza ardía, pero no se consumía, y así María fue Madre, pero no dejó de ser Virgen por ello.

¿Qué bendiciones buscamos en la vida? ¿Qué bendiciones deseamos recibir más que al mismo Cristo? ¿Viviremos este día como un día perdido entre sueños y resacas, o sabremos vivirlo acogiendo la bendición heredada? María es modelo de quien ha acogido esa bendición. La Madre de Dios contempla, feliz, al Salvador, Hijo de Dios, que como hijo de los hombres, derrama su sangre por la humanidad entera.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


De la oración litúrgica a la oración personal…
el prefacio de la Virgen María, templo de la gloria de Dios

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.
En el nombre de Jesús se nos da la salvación,
y ante él se dobla toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en el abismo.
Pero has querido, con amorosa providencia,
que también el nombre de la Virgen María
estuviera con frecuencia en los labios de los fieles;
éstos la contemplan confiados, como estrella luminosa,
la invocan como madre en los peligros
y en las necesidades acuden seguros a ella.
Por eso, Señor, te damos gracias
y proclamamos tu grandeza cantando con los ángeles:
Santo, Santo, Santo…

 


Para la Semana

Lunes 2:
San Basilio y san Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia. Memoria.

1Jn 2,22-28. Lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Jn 1,19-28. En medio de vosotros hay uno que
no conocéis.
Martes 3:
1Jn 2,29-3,6. Todo el que permanece en Dios, no peca.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Jn 1,29-34. Este es el Cordero de Dios.
Miércoles 4:
1Jn 3,7-10. No puede pecar, porque ha nacido de Dios.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Jn 1,35-42. Hemos encontrado al Mesías.
Jueves 5:
1Jn 3,11-21. Hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.

Sal 99. Aclama al Señor, tierra entera.

Jn 1,43-51. Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel.
Viernes 6:
Epifanía del Señor. Solemnidad

Is 60,1-6. La gloria del Señor amanece sobre tí.

Sal 71. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.

Ef 3,2-3a.5-6. Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos de la promesa.

Mt 2,1-12. Venimos de Oriente a adorar al Rey.

Sábado 7:
1Jn 3,22-4,6. Examinad si los espíritus vienen de Dios.

Sal 2. Te daré en herencia las naciones.

MT4,12-17.23-25. Está cerca el reino de los cielos.