Ayer hemos celebrado el acontecimiento que da origen a nuestra fe. El Dios invisible se hace visible ante los hombres, lo inesperado se hace posible, y como dirá el apóstol san Juan en el prólogo de su primera carta: “lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que palparon nuestras manos, eso os comunicamos…”. Lo llamativo es que el Creador, “por el que se hizo todo”, se presenta ante nosotros en la pequeñez y en la necesidad más absoluta. Es como si Dios en el nacimiento de Belén se agachara ante la humanidad. Esto no es sólo una manera plástica de presentar el Misterio porque de hecho, cuando vas a entrar a la basílica de Belén realmente hay que inclinarse un poco para entrar por su minúscula puerta. Es una llamada a la humildad ya que el mismo Creador se humilló ante su criatura. ¿Por qué decimos esto? ¿Y qué tiene que ver con la fiesta de San Esteban?

Porque la encarnación, la cruz, la visibilidad en indigencia y pequeñez del Mesías esperado, es la gran discusión de Esteban en la sinagoga de los libertos en Jerusalén, donde asistían judíos que habrían adquirido su libertad y que eran descendientes de los llevados como cautivos por Pompeyo. Eran judíos expertos en la cultura griega que podrían ser versados en sus tradiciones filosóficas.  Y, sin embargo, no podían contradecir los argumentos de Esteban. Aquella discusión fue como una profecía para todos los tiempos: las filosofías crecerán por doquier pero siempre terminarán por agostarse y desaparecer, sólo la sabiduría del Amor de Cristo permanece por encima de cualquier ideología.

En la liturgia y espiritualidad de este día aparece ante nosotros un perfecto seguidor de Jesús. Hasta el punto que en el martirio de Esteban, las expresiones del diácono son prácticamente una repetición de las pronunciadas por Jesús en su pasión. El Hijo de Dios vino al mundo para unirse con nosotros de tal manera que podamos seguirle de cerca, imitando su voz, sus pasos, sus gestos, para llegar a transformarnos e identificarnos plenamente con él. La espiritualidad de la encarnación, ejemplificada en Esteban, es esto también: que nuestro cuerpo sea también imagen del de Cristo. ¡Qué casualidad que la Eucaristía sea participar de su Cuerpo! No necesito sus medidas ni sus facciones físicas para identificarme con el Señor, basta que su vida traspase mi vida, su Espíritu inunde su espíritu…

¡Así escuchamos el evangelio de hoy! Es como si nos dijera el Señor: yo he venido a vosotros, en vuestra carne, para que vosotros seáis mi cuerpo, me sigáis como discípulos, me conozcáis como el amigo del alma, me imitéis en todo, teniendo mis sentimientos y haciendo mis obras… Incluso podréis padecer el martirio como yo (como lo hizo Esteban), pero todo ello sólo es posible porque tenéis mi Espíritu.

Hoy es un día precioso para vivir esta fuente inmensa de espiritualidad. El día después de Navidad podemos acercarnos ante la “encarnación perpetua” que está en el pan consagrado del Sagrario y decirle al Señor: “Tú eres mío y yo soy tuyo, mándame tu Espíritu”. Y repitámoslo. Será como decirle: Tú tomaste mis pies humanos, pues toma ahora mis pies para lo divino; tomaste mis manos humanas, toma ahora mis manos para tu obra; tomaste mi corazón para sentir mi vida, toma ahora el mío para latir por tu reino…

Que san Esteban bendito interceda así por nosotros. ¡Feliz 26 de Diciembre hermanos!