En un hombre que se pone a la cola de os pecadores, como uno más que necesita el perdón de Dios y se bautizado por Juan, es capaz Juan de reconocer al Hijo de Dios.

Muchas veces influenciada por las películas he creído que Juan vió algo muy especial, vió realmente al Espíritu Santo descender en forma de paloma sobre Jesús y por eso le reonoció como Hijo de Dios. Pero si nos situamos en el contexto de su época, Juan era un judío como tántos que vivía bajo la opresión romana y que esperaba la venida de un Mesías de forma espectacular y que les liberase de la opresión romana. Sin embargo Jesús se acerca al Jordán como un pecador más. El Hijo de Dios se presenta de una forma inesperadamente poco espectacular, sin poderes, humilde y como un cordero manso.

Tenemos muy frescas las Navidades, donde Dios se hace presente al margen de la sociedad, en una familia extrangera, humilde y sin recursos. Ahí Dios se hace presente en “un niño envuelto en pañales” rodeado del amor de sus padres, que es capaz de congegar desde unos sabios de oriente hasta los más sencillos pastores que velaban aquella noche su rebaño.

Si yo hubiera estado en la situación de Juan el Bautista, ¿hubiera reconocido en ese hombre y en su forma de presentarse al Hijo de Dios?

A veces Dios actua de una forma tan discreta en nuestras vidas, en nuestras familias y en medio de la sociedad, que no es fácil descubrirle.Cuando uno ve dentro de la situación del mundo el conflicto entre isrelitas y palestinos, podemos pensar que un conflicto de tantos años ya no tiene remedio y sin embargo miles de mujeres han pergrinado este año en octubre desde el norte de Israel hasta la casa del presidente israelí Benjamin Netanyahu en Jerusalén pidiendo que se retomen las negociaciones de paz entre el gobierno israelí y el palestino por el futuro de las nuevas generaciones. Este gesto puede parecer una gota en el desierto, pero quien mira a más profundidad reconoce que esto es un signo de la presencia de Dios en el mundo. Dios actua de una forma pacífica, discreta, pero enormemente transformadora.

El amor humilde de Dios es que puede conquistar más profundamente nuestra libertad porque es un amor que no se impone, que nos desarma, que nos quita miedos y llega a conquistar nuestra voluntad.

Puede suceder, que en nuestras familias, después de un momento de tensión haya una persona que da un paso tímido de buscar el diálogo o hasta de pedir perdón, pero por no reconocer a Dios ahí, no apoyamos estos pasos con mayor decisión. Nos gustaría que Dios actuara solucionandonos de golpe todos los problemas, pero ese no el Dios que se pone a la fila de los pecadores, que nace en un pesebre y cuyo Reino comienza en cada uno de nuestros corazones así se extiende a nuestras relaciones hasta abarcar el mundo entero.

Hay más personas de las que a veces pensamos en nuestras familias, lugares de trabajo o en la universidad, que están siendo esos “corderos de Dios que quitan el pecado del mundo”. Son personas que no temen asumir los fallos propios o de los demás, que aman en silencio, que disculpan, que unen en vez de meter división y acentuar las diferencias. Quizás nos esté llamando Dios a ser una de esas personas allí donde estamos.

Pidámosle a Dios los ojos de Juan el Bautista que fue capaz de reconocer a Dios en las personas y en las situaciones más humanas y sencillas de nuestra vida. Que ahí podamos escuchar estas palabras frente a la vida de los otros y frente a las nuestras propias: “Tú eres mi Hijo amado en quien me complazco” como remarca el evangelista Marcos relatando éste mismo episodio de la vida de Jesús.