Estas navidades han sido tan “atropelladas” que hemos ido pasando de fiesta en fiesta sin solución de continuidad. A petición del otro sacerdote (podía haber dicho “de uno de los sacerdotes,” pero como sólo somos dos…), este año he vuelto a poner un Belén de chucherías. Casas, caminos, campos, montañas y ríos estaban hechos con caramelos, gominolas, conguitos, nubes y demás chucherías llenas de azúcar. Un cartel avisaba: “El Belén nos lo comemos el día siete…, ¡a ver si aguantamos!” Los pobres niños de la parroquia se acercaban a babosear al lado del Belén y lo han respetado bastante (excepto el huerto de melones de chicle, que era bastante asaltado). Hasta que ha llegado el día siete y este año no me ha costado nada recoger el Belén, simplemente me queda envolver las figuritas y guardarlas hasta el año que viene, además la asistencia infantil a Misa el sábado 7 aumentó bastante. Podían habérselo comido antes, pero lo respetaron, todos entendieron que en Navidad tenía que estar puesto el Belén, pero pasada la Epifanía dieron rienda suelta a su concupiscencia de azúcar. (Tengo que avisar que cambié todas las “chuches” por otras nuevas la noche del día 6, las primeras estaban duras, llenas de polvo y rancias y no quería acabar con los niños de la parroquia).

Pues ya han acabado las Navidades. Aunque quede sembrada en el alma la semilla de la alegría del nacimiento del Salvador tenemos que quitar las golosinas de las fiestas, de las comidas copiosas y de los despistes y volver a la vida ordinaria de los hijos de Dios, y así nos lo recuerda el Evangelio de hoy.

“Se ha cumplido el tiempo,” “Convertíos,” “creed,” “venid en pos de mí,” “lo siguieron”.

Se ha cumplido el tiempo: Dejemos ya el “mañana”, “en otra ocasión” el “más adelante.” Este es el tiempo de Cristo y el Espíritu Santo. Millones de bautizados no pueden andar por el mundo dejando que parezca que ha vencido el príncipe de las tinieblas por nuestra tibieza o indiferencia. Hoy es el día, no mañana ni dentro de quince años.

Convertíos: El pecado existe y por eso estamos necesitados de conversión, cada día. Algunos pretenden que no haya pecado para que no haga falta convertirse, cada cual siga con su vida, pero sin culpa ni remordimiento. Guías ciegos. No tengas miedo a reconocer tu pecado y a cambiar de vida, el hombre viejo se levantará de vez en cuando, querrá otra vez su puesto, pero tomemos en brazos al nuevo hombre -a ese Niño-Dios del que hemos celebrado su nacimiento-, y no tengamos miedo a pedir el don de la conversión y cambiar de vida.

Creed: ¡Qué fuerte es la palabra Creo! ¿Quiero creer cada día más? ¿Pido cada día al Señor que me aumente la fe? ¿Puedo mirar a Jesús a los ojos y decirle: “Yo te creo”? Hazlo, y actúa en consecuencia.

“Venid en pos de mí.” Esa invitación de Cristo se dirige a ti y a mí, (aunque valgamos poquito), no a un grupito de elegidos. Por eso si sigo a Cristo no es por mi valía, por mi grandeza, sino porque Él me ha llamado. La invitación de Cristo es la que me hace capaz de seguirle, la que me capacita para ser de Cristo. Por ello no te quedes en tus dones o capacidades, sino en las que Dios ha visto en ti, ha puesto en ti y te llama.

“Lo siguieron.” Es la respuesta a todo lo anterior para aquel que es sincero y humilde. ¿Dónde vamos a ir si sólo tú tienes palabras de vida eterna? ¿A quién estamos siguiendo hoy? Si no es a Cristo, cambia de camino.

Un precioso resumen de nuestro día a día. Según vayas a la oficina, a la universidad o a la escuela, a llevar a los niños al colegio o esperas la visita del médico en la cama del hospital comienza a caminar al paso de Cristo. Nos hemos comido el Belén, ahora hay que digerirlo y hacerlo vida.

Que María, nuestra Madre, nos ayude a decir que sí a vivir como hijos en el Hijo de Dios.