En diciembre hicimos una peregrinación a Tierra Santa con la parroquia. Fuimos 41, un ambiente estupendo de convivencia y oración y, sinceramente, lo pasamos fenomenal. Uno de los lugares donde más disfrutamos (hasta cerrar el Santuario), fue la ciudad de Cafarnaúm, a orillas del mar de Galilea. Allí está la antigua Sinagoga y la casa de Pedro. El altar de la iglesia no sólo está encima de la casa de Pedro, sino justo encima de la que llaman la habitación de Jesús, donde Jesús viviría mucho tiempo de los tres años de su vida pública, se retiraría a descansar y a estar con sus amigos.

El Evangelio de hoy nos habla de la habitación de Jesús. No de la física, de las cuatro paredes y la puerta, sino del lugar de su descanso. El Evangelio nos cuenta la actividad de Jesús: cura, enseña, expulsa demonios…, y reza. Esa es la “habitación” de Jesús: la oración, el trato con su Padre.

Todos tenemos mucho que hacer, la agenda está llena de ocupaciones (excepto uno que yo conozco, ¡bendito sea!). Y tenemos el peligro de hacer de la oración un apunte más en la agenda, otra actividad más. Y dentro de la multitud de cosas pendientes para hacer, que dejamos para otro momento, puede ser que la oración entre dentro e una de ellas. O sea, de esas cosas que empezamos tarde y acabamos pronto, o que ante cualquier interrupción se corta y ya se seguirá…, o no.

Hoy especialmente un hijo de Dios tiene que ser muy activo, pero sin caer en el activismo. Muchas veces al día tiene que irse a su “habitación” y hablar con su Padre Dios. Busca el mejor momento para hacerlo.

Hace unos meses publicaban en algunos periódicos que muchos hombres importantes de negocios se estaban acostumbrando a levantarse a las 4 ó 5 de la mañana para sacar un rato de trabajo sin que les molestasen los correos electrónicos, ni las llamadas, ni los Whatsapp, y estaban muy orgullosos de cómo les rendían esas horas. Si hay personas que los hacen por dinero ¿no lo harás tú por Dios? Yo me he acostumbrado a madrugar bastante para rezar (y sacar a los perros, pero voy rezando el rosario) pues sé que en cuanto entro en la parroquia habrá un correo, una persona, una gestión, un grifo que se ha roto…, que me ocupará el tiempo. No puedo pedir a una madre o padre de familia que se levante a las 5 de la mañana, pero no tengas miedo a buscar tu rato para Dios y defenderlo. Cuando se consigue un rato sólo para Dios se puede estar con Dios todo el rato. Empezando el día de la mano de tu Padre Dios las “urgencias” se atenúan, las prisas se moderan, las voces interiores se acallan y los enfados se disipan. También es muy bueno que rece el matrimonio juntos, aunque sólo sean 5 minutos antes de despertar a los niños. Cada uno sabrá el tiempo que tiene, en la oración no hay tiempos pequeños ni demasiado grandes. No hay que engañarse en no rezar pues sólo tengo cuatro minutos al día, pues ¡benditos cuatro minutos!, ni holgazanear ante la televisión porque tenemos tres horas libres. ¡Benditas tres horas! Lo fundamental es rezar y con constancia. Y luego llenar el día de oraciones, aunque sólo sean de unos pocos segundos.

¡Qué distinto sería el mundo si todos rezásemos aunque sólo fueran 15 minutos al día! No podemos obligar a nadie a rezar, pero podemos empezar nosotros. De la mano de María contempla a su Hijo, habla con Él, cuéntale cosas, verás que rápido se te pasa el tiempo y estarás deseando estar más tiempo en la habitación con Jesús.