Normalmente las personas tenemos buenas intenciones y queremos hacer cosas para bien de los demás y del propio. Es algo que nos satisface y nos hace sentirnos bien en nuestro interior. Es verdad que hay algunas personas que no lo viven así, o sienten lo contrario: cuando realizan acciones que están mal. Pero, en mi experiencia estas personas son raras y suelen sufrir trastornos ocasionados por diversas causas derivadas de sus acciones anteriores o de las de otros que les han perjudicado. Pero sabemos que no solo basta con tener buenas intenciones para hacer buenas obras o el bien. Hay que tener voluntad y hacerlo, sin dejar pasar la oportunidad.

El Espíritu Santo es necesario para tener la clarividencia y la fuerza para pasar de las buenas intenciones a los actos. Es el que está moviendo y guiando a Jesús, por eso hace maravillas (nos dice el salmo 97), hace milagros y sus palabras transforman los corazones. Es algo que no querían ver los escribas en el pasaje de hoy de Marcos y por ello calumnian a Jesus. Los vicios generados en ellos por no haber pasado en muchas circunstancias de las buenas intenciones a los actos, haber hecho lo contrario, o haber dejado de hacerlo, es lo que no les deja ver. El Señor desmonta su tesis con estas parábolas que aplican sentido común a lo que El hace. El obedece perfectamente al Espíritu y su voluntad actúa sin demora conforme a la voluntad de Dios, por ello les hace caer en la cuenta de la gravedad de sus acusaciones.

Tan importante es saber reconocer la moción del Espíritu o movimiento en nuestro interior, en nuestra persona, como saberla reconocer en los demás. Porque no hacerlo es cerrarse a la acción divina, a su voluntad, y correr el peligro de rechazar al Señor o ignorarle.

Jesús actúa, vive, habla, siente, sacrifica, etc, y siempre desde el bien, con el bien y para el bien. La mayor prueba de la equivocación de sus detractores es su entrega hasta dar la vida por nosotros para salvarnos del pecado, de lo que nos impide pasar de las buenas intenciones a las buenas acciones. En Él vemos lo que puede hacer el Espíritu Santo y aprendemos a hacerle caso, a como tiene que ser nuestra actitud con Él. ¿Dejas entrar al Espíritu Santo en tu vida, en tu ser? ¿Lo sientes, le escuchas en tu conciencia? ¿Te dejas ayudar por el Espíritu? ¿Experimentas su fuerza salvadora? ¿A qué esperas?