Estamos viviendo en una sociedad que cada día vive más al margen de la existencia de Jesucristo. Cada vez más el ambiente general es más indiferente a la fe cristiana.  Todos lo estamos viviendo y experimentamos lo difícil que es ser natural en medio de este ambiente, hablar de nuestra fe y vivir conforme a lo que nos enseña. Uno de los peligros que corremos es camuflarnos en la masa e intentar pasar desapercibidos, llegando a renunciar incluso a nuestros principios cristianos y convertir nuestra fe en un conjunto de ideas vacías y buenos propósitos.

Cuando hablamos de ello en la parroquia, frecuentemente me comentan que al final es como si vivieras una doble vida o múltiples vidas, según con las personas que estés: en el trabajo, en el colegio, con los vecinos, con amigos, en la familia, en la parroquia en casa, etc.

Hoy más que nunca hay que crecer y madurar en la fe hasta niveles que otros puedan decir de nosotros lo que Pablo escribe a Timoteo del testimonio de su fe y de la de su abuela y su madre. No nos damos cuenta a veces, pero Timoteo ha crecido y se ha convertido de esta manera a Cristo,  gracias a la ayuda del testimonio de su familia, de su abuela y su madre. El testimonio de nuestra fe no solo nos beneficia a nosotros, sino también, a los que comparten nuestra vida. Si dejamos de vivir la fe y de hacerlo con coherencia y naturalidad en todos los ámbitos de nuestra vida, pronto no habra ni abuela, ni madre, ni padre…, que de un testimonio que ayude a tantos que no conocen al Señor o que se tienen que iniciar cristianamente.

Jesús hoy nos enseña cual es la actitud con la que tenemos que vivir. Tenemos que ser tierra buena. En esta parábola nos ayuda a comprender la importancia de la Palabra de Dios y cómo nos tenemos que situar ante ella: escuchar, aceptar y dar fruto. El resultado de esta actitud ante su Palabra es una vida de conversión que es testimonio para los demás. Párate hoy a reflexionar sobre ello. Nos estamos jugando mucho  y nuestra persona puede estar en la actitud de «otros terrenos» y la Palabra de Dios no puede arraigar en nosotros, no avanzamos. Incluso, nos podemos estar enfriando y alejando, luchando inútilmente y viviendo una vida esquizofrénica. Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, todo lo contrario, nos ha dado un espíritu de energía, amor y buen juicioNo te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.