Un periodista busca como un poseso las fuentes de un hecho, porque los cuentos no le valen. Una fuente no sirve, con dos se podría dar con cautela la información, con tres la fiabilidad es máxima, es la hora de la publicación. Todos llevamos guardada en algún rincón un olfato de periodista, queremos conocer la verdad de las cosas, los rumores no nos satisfacen, las verdades a medias nos dejan justamente así, a medias. Por eso al Señor, que estuvo cosido a la vida de familia durante su vida oculta, se le miraba con sospecha. Nadie podía entender esa sabiduría que le nacía de sí mismo. Dice Carlos de Foucauld que en la humilde casa de Nazaret vivía del trabajo de sus manos, humildemente, «la sabiduría divina oculta bajo la apariencia de un pobre». No salió de su pueblo y parecía que conocía el alma humana como si hubiera viajado por continentes inexplorados.

Conocer la vida del Señor, conocerle a a Él a fondo, es inexcusable para un cristiano. Él se pronunció a sí mismo como camino, verdad y vida. Verdad es un término que el ciudadano contemporáneo entiende como agresivo y mira con recelo, porque el ciudadano está acostumbrado a consensos, a elecciones y primarias. Es normal, la vida secular tiene sus reglas. Pero el Señor dijo de sí mismo que su persona era una fuente preclara, y sus obras delataban cuanto decía. Cristo es el lugar donde toda alma de periodista bebe sin confusión, donde el enamorado sabe que tiene su corazón correspondido, donde el hombre que sufre recibe todo su consuelo.

A veces te entrará el veneno de la sospecha, «Dios entero no puede estar en un círculo de pan inerte», «acaba de morir mi padre entre estertores, ¿por qué Dios se esconde?», » Dios no me oye, estoy seco, mi oración es un monólogo triste donde me escabullo ente mis pensamientos». Al Señor no le incomodan nuestras vacilaciones, es más, cuenta con ellas. Que no te quepa la menor duda de que tus dudas no le hacen a Dios dudar de ti. El secreto de reconocer al Señor en el mundo, es mantener firme el amor hacia Él en medio de la incertidumbre. Si te sirves del silencio, de la oscuridad, del no saber, nacerá en ti esa posibilidad que se llama «la verdad de Dios». Dejarás de sospechar, como hacían sus contemporáneos, y en vez de valerte de tus conclusiones, dejarías tus empresas cotidianas en sus manos.

¿De dónde sacaba el Señor cuanto decía y hacía?, de un corazón divino enamorado del hombre