Alguien tendría que narrar una biografía novelada del anciano Simeón. De él hay poca cosa, sólo conocemos una escena, es tan poca la información que habría que echarle mucha ficción al resto. Pero del Evangelio presumimos que era justo, piadoso y esperaba el consuelo de Israel. Son tres rasgos que si asemejáramos el hombre a un árbol, serían las tres ramas más importantes del tronco. Una justicia natural, una vida inmersa en Dios y una desmedida esperanza, porque la suya era ni más ni menos que la esperanza de la llegada del Mesías, no una esperanza low cost. Un hombre inadvertido, anciano ya, con las rarezas de quien lleva mucho tiempo sobre la tierra, que hacía vida en silencio hasta que el Señor pone en sus manos el regalo de su presencia.

Es lógico que casi todos los pintores barrocos se fijen en este personaje cuando la protagonista debería ser la pareja de jóvenes, la sagrada familia, que había ido al templo para cumplir con la ley. El cuadro de Rembrandt es el más conocido, el anciano mira sobrecogido al cielo, abraza al Niño como el que ha conseguido por fin la prueba de la propia existencia, «es cierto, Dios me hizo una promesa, Dios me la acaba de confirmar». Hay en esta escena una enseñanza que no debemos olvidar, Dios siempre responde, no sólo escucha, responde. Sabe cuándo poner su mano en la tierra para que su sorpresa nos haga todo el bien que necesitamos.

A Dios le preocupa el «cuándo» del hombre, sabe que nos movemos en el desasosiego y eso le hace daño, porque un padre no espera que su hijo desconfíe de él. Igual que los niños caprichosos, nosotros queremos las cosas a golpe de doble click, y a Dios le asusta la inmediatez, porque sabe que la edificación espiritual se parece mucho a la edificación de castillos y pirámides. Trabajo previo, tiempo. La poetisa argentina Alejandra Pizarnik, que sufría un trastorno bipolar que le ahogaba las alegrías de lo cotidiano, dejó escrito una colección de diarios en los que narraba sus angustias. Una de ellas bien que la subrayó, «tengo comprobado que la duración me espanta«. Y sin embargo, la duración es posibilidad de ver a Dios en la tierra.

Querer las cosas «para ya» es apropiarse de Dios, servirse de Él como de un recadero. Embarcarse en la duración es vivir un estado de estrecha relación. Simeón debería ser el patrono de la respuesta de Dios en esa duración interminable que parece que es la vida.

Hoy mira a Simeón, pídele esas tres grandes virtudes: justicia, fe y una vida en esperanza. Y no le temas nunca al tiempo.