El Evangelio de hoy nos trae la archiconocida historia de la muerte del Bautista. Como el relato nos lo sabemos muy bien, y hasta Richard Strauss y Oscar Wilde le pusieron sus añadidos de música y ficción, prefiero referirme a la reacción de Herodes Antipas ante la persona del Señor al inicio de la lectura, es muy significativa. Ante una sorpresa tan inaudita como fue Jesucristo para los hombres de su tiempo, los contemporáneos se pusieron a encontrarle su casilla, eso se llama exactamente «encasillar«. Tenía que ser un extraño espécimen espiritual o un profeta de los antiguos, como Elías. Herodes piensa que es el mismo Juan Bautista redivivo, porque en el fondo nunca pudo quitarse de la cabeza a su víctima.

Hay más personajes que aparecen en el Nuevo Testamento a quienes les llega la posibilidad de hablar de Nuestro Señor, como aquel ciego al que Jesús le hizo el milagro de ponerle barro en los ojos y pasar a la visión. Contestó así a los judíos que querían arrancarle su testimonio, «si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo«. Es la respuesta más sensata de toda la Escritura. El ciego se remite a las pruebas que deja toda acción, en este caso las trazas de una inmensa bondad y de un inmenso poder. Pedro responderá desde la gracia de Dios al interrogatorio del Maestro, «tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo«. El pobre pescador, y aún así primer Papa de la Iglesia, se atrevió a decir tanto porque contó con la inspiración del mismo Dios. Nadie es capaz de subir tan arriba y ser tan atinado en su juicio si no existe una estrecha sintonía con el misterio de Dios.

Veamos por tanto las cartas que tenemos sobre la mesa. Herodes responde desde la insensatez, sus propios prejuicios, el atolondramiento, el desconocimiento, todo eso tan poco juicioso. El ciego desde el sentido común. Y Pedro desde la gracia. Hoy el Señor te podría hacer una propuesta, permíteme el atrevimiento de revelártela: que entres en una iglesia, la más próxima a tu casa o lugar de trabajo, y le digas mirándole más allá del sagrario quién es Él para ti. En tu respuesta se juega toda tu vinculación con el hecho cristiano. Todo va a depender de Él y de ti, de vuestras citas de reconocimiento, en las que el Señor también quiere proponer su definición de ti, «eres mi hijo, aunque te parezca que me escondo, te prometo que nunca he dejado de hablarte, no puedo mantenerme al margen de ti«.