La fiesta que hoy celebramos, la de la Cátedra del Apóstol san Pedro, nos traslada al tiempo del ministerio histórico de Jesús. Cerca de lo que hoy son los Altos del Golán, en la Cesarea de Filipo de entonces, Jesús se había retirado con sus discípulos. Como acostumbraba cuando estaban solos, el Señor comienza a instruir a sus acompañantes, pero en esta ocasión comienza con unas preguntas: “¿quién dice la gente que soy yo? ¿quién decís vosotros que soy yo?” Podemos imaginar el temor y la responsabilidad que suponía dar una respuesta, por lo que, no sabemos muy bien si el resto miró a Pedro o fue Pedro mismo el que se aventuró a darla; el caso es que el que iba a ser el Príncipe de los Apóstoles tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. A nosotros estas palabras nos suenan normales, pero entonces debieron aparecer como un trueno: ¡El Mesías!, pero Pedro, ¿tú sabes lo que eso significa? La esperanza del Pueblo de Israel, el Esperado de los Tiempos, el anunciado por los Profetas,… Pero si Jesús era un hombre, que comía, bebía, se cansaba, como nosotros, que hacía, sí, cosas extraordinarias, que hablaba como no se había oído hablar a nadie, pero al fin y al cabo, un hombre con el que convivían cotidianamente. De ahí la respuesta de Jesús: “eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”.

Hay respuestas que cambian el curso de la historia: la respuesta de Abrahán, la de Moisés, las de los profetas. La respuesta más importante jamás oída fue la de la Virgen María en Nazaret: “Hágase en mi según tu palabra”. Y esta de Pedro también ha sido crucial; a partir de entonces Pedro se convirtió en la piedra sobre la que se edifica la Iglesia. No fue por sus grandes méritos, que los mismos Evangelios y demás escritos nos recuerdan que no fueron tantos, sino por la audacia en la respuesta, por dejarse guiar por la moción interior, la inspiración del Padre…

Desde entonces el Señor no ha dejado de preguntar y de fundamentar su Iglesia sobre hombres que, como Pedro, no son los mejores ni los más indicados, pero que en las circunstancias concretas de cada tiempo se aventuran a responder al Señor dejándose guiar por la inspiración del Padre. Nosotros, como entonces los discípulos, miramos a Pedro, esperamos a que hable, porque sobre su persona Jesús ha fundamentado nuestra Casa la Iglesia. Y pedimos por él, para que, a pesar de sus miserias tantas veces manifiestas, siga respondiendo con audacia al Señor y realice con amor la misión que se le ha encomendado.