En el evangelio de hoy encontramos recogidos una serie de “dichos” de Jesús al más puro estilo de los preceptos que se encontraban en la ley judía. Si la estructura es similar a la de la ley mosaica el contenido supone una auténtica novedad. Mientras que los mandamientos en el judaísmo, como recuerda el apóstol san Pablo en la carta a los Romanos, hacían referencia a una ley que se había convertido en autónoma o externa, la novedad de Jesús es que la moral tiene que ver directamente con su Persona: “El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa”. La moral, en el cristianismo, no consiste en cumplir una serie de preceptos que cumplimos o no cumplimos, sino que tiene que ver directamente con Jesús. Esto queda absolutamente claro en capítulo 25 del Evangelio de san Mateo, el pasaje del juicio final, y aparece claro en tantos y tantos santos que, como Madre Teresa de Calcuta, han servido a Jesús en “los más pobres entre los pobres”.

Los discípulos de Jesús seguimos al Señor no por su sublime enseñanza moral sino porque, como Juan, Andrés, Pedro, Santiago, la Samaritana, Zaqueo, la Magdalena,… hemos sido tocados por su misericordia y eso nos ha fascinado. Sólo de este modo se puede entender la radicalidad de su mensaje: “Si tu manos te escandaliza, córtatela”. Ser discípulo significa “no anteponer nada al amor de Cristo” (san Benito), y este es el único modo de ser sal en medio del mundo.