En el camino de la Cuaresma hemos de estar dispuestos a aprenderlo todo de nuevo. Escuché este ejemplo: Es como si tuvieras una casa y un día viene un agente de la vivienda para comprobar su estado. Puede que te diga que está bien o que te muestre algunos fallos. Tú no habías caído en la cuenta, pero las tuberías, el tejado, los mismos cimientos, quizás eran inadecuados. También puede suceder que te indique que lo mejor es que la construyas de nuevo. Así, en la Cuaresma, nos visita Dios y nos ayuda a remodelar nuestra casa. Eso sí, no nos deja solos en la tarea sino que está él para ayudarnos. Un poco lo que indica la primera lectura sobre esa palabra que sale de la boca de Dios y que no volverá a él vacía, sino que cumplirá su encargo.

Pues, en el evangelio, hoy leemos que Jesús enseñó a sus discípulos el Padre nuestro. Ha habido épocas en mi vida en que me ha costado mucho “hacer” oración. Creo que no es una experiencia extraña. Jesús hoy nos da la oración hecha. Y lo que nos enseña es a hablar con Dios Padre con las mismas palabras que él, el Hijo, lo hace.

En primer lugar, entonces, encontramos una invitación a entrar en la misma intimidad que tienen Padre e Hijo. Ese hecho ya nos llena de confianza. Jesús nos acerca a Dios tanto porque nos lo hace presente como porque nos ayuda a ponernos delante de él.

Muchas veces rezamos el Padrenuestro pero no temblamos al hacerlo. Sin embargo, en la liturgia de la Misa, una de las invitaciones a la oración dominical dice: “nos atrevemos a decir”. Sí, nos atrevemos, porque son las mismas palabras que pronunciaba Jesús desde lo más hondo de su corazón y nosotros, ahora, las repetimos, por la confianza que nos da Jesús.

Ya tenemos las palabras. Ahora en Cuaresma le pedimos al Señor que nos enseñe a pronunciarlas con la misma comprensión y afecto con que él lo hacía. De niños nos enseñaron que rezar es hablar con Dios como un hijo con su padre, o hacerlo con Jesús como un amigo lo hace con su amigo. La oración del Padrenuestro, en cuyas siete peticiones san Agustín, veía resumida cualquier petición que quisiéramos hacer a Dios, nos introduce en ese diálogo serio a la vez que cercano con Dios. Hablamos de lo que Dios quiere y nosotros necesitamos, y lo podemos hacer desde la confianza de sabernos de la mano de Jeús.