Comentario Pastoral

LAS ENSEÑANZAS DE LA SAMARITANA

La Samaría es desde la antigüedad una tierra prohibida, una tierra de descreídos y de heréticos. Jesús llega a esta región, despreciada por los judíos, para revelar el secreto de su mesianidad a una mujer de costumbres fáciles, al tiempo que trastorna el concepto tradicional del templo en un país de cismáticos.

Jesús en un mediodía caluroso tiene sed y pide de beber. Es significativo que Cristo, que ha venido a dar y darse, muchas veces pida algo. Antes de nacer pide el «sí» a su madre. A Juan le pide que le bautice; a los apóstoles que le sigan. A Leví un puesto en la mesa. Pide un asno para entrar en Jerusalén y una habitación para celebrar la pascua. Su último grito en la cruz, «tengo sed», es una petición. La lección que hay que sacar es clara: Cristo pide algo antes de devolver con creces. Todos podemos dar un vaso de agua.

El agua que ofrecen todos los pozos que se encuentran por los caminos del mundo solamente llegan a calmar de momento la sed del hombre. Cristo no quita valor al agua del pozo de Jacob, sino que se limita a poner de relieve su insuficiencia. Cristo no condena las aguas de la tierra, sino que ofrece el agua que salta hasta la vida eterna. La samaritana, que sólo piensa en el agua para la cocina y el lavado, es ahora la que pide: «Señor, dame esa agua; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla». Un agua de esa clase es una bicoca. Pero Jesús exige una sinceridad y conversión previa antes de dar el agua del evangelio. Hay que confesar nuestros falsos maridajes; es decir, la engañosa estabilidad, la ligereza que no comunica alegría, la desilusión raquítica del corazón para poder decir: «Señor, veo que eres un profeta».

Y la samaritana se olvida del agua, del pozo, del cántaro. Ahora la preocupa el culto a Dios, después de darse cuenta de lo estéril que es darse culto a sí misma. Y Cristo le descubre que por encima de los montes sagrados, lo que el Padre busca es adoradores en espíritu y verdad. A la región exterior, a la teología de superficie que le presenta la samaritana, responde con la religión del espíritu, con la teología de las profundidades divinas. Dios no quiere hipocresías religiosas, sino el corazón del hombre, entregado libremente y con adhesión total.

Y la «buena nueva» de la presencia del Mesías es anunciada por los labios de una pecadora, que se limita a conducir a Jesús a sus paisanos, ofreciéndoles su propio doloroso testimonio: «Me ha dicho todo lo que he hecho».

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Éxodo 17, 3-7 Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9
san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8 san Juan 4, 5-15. M-26, 39a. 40-42

de la Palabra a la Vida

Los evangelios de los próximos tres domingos sólo se entienden si no perdemos de vista que el tiempo de Cuaresma es para la Iglesia no sólo penitencial (para los ya bautizados) sino también catecumenal (para los que serán bautizados en la vigilia pascual). Durante los próximos domingos se nos da a la Iglesia una catequesis que no viene nada mal sobre el bautismo. El bautizado se encuentra en el sacramento con Cristo, y es necesario prepararlo para ese misterio. Son las tres catequesis tradicionales sobre el bautismo que encontramos en el evangelio según san Juan. En el bautismo, y para toda la vida, Cristo es agua, luz y vida. El que es bautizado recibe el agua de la vida, agua que lava del pecado y calma en el neófito la sed de Dios que ha reconocido en su interior. Recibirá la luz de la fe que le ilumine y le permita ver lo que el pecado ha cegado. Recibirá el don de la vida eterna, a la que se nace por la acción del Espíritu.

El encuentro de Jesús con la samaritana, por tanto, nos advierte de que en el bautismo es saciada la sed del que viene al agua; no al pozo de Sicar, sino a Cristo. Él es el pozo del que brota el agua de la vida eterna; Él, que ya estaba prefigurado, en la roca de la que brota el agua que calma la sed del pueblo de Israel en Mará y Meribá.

Según el estilo propio de san Juan, el relato va en una doble línea de comprensión: la mujer está hablando sobre la sed humana y Jesús sobre la sed de Dios. Y es así porque Cristo ha buscado el encuentro con la samaritana. Cristo ha salido al encuentro de la humanidad pecadora para calmar su sed de Dios oportunamente, no con el pecado sino con la gracia de Dios. Cristo viene a los caminos de los hombres, acepta fatigarse y tener sed como nosotros para poder así hacerse el encontradizo y charlar con nosotros. No quiere darnos cualquier cosa: Cristo comunica la gracia, por ser el mediador, entrega la comunión con Dios: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones»: como si de agua del pozo se tratara, san Pablo emplea el ejemplo del agua, tan querido como vemos en la tradición de la Escritura, para anunciar a los cristianos lo que Cristo ha dado en su encuentro con nosotros. Su gracia que calma nuestra sed: mientras que el pecado, lejos de calmarla la vuelve más cruda, más intensa, el agua de la gracia nos consuela de verdad.

¿Quién puede no verse reflejado en esa mujer samaritana, que cree que va a dar a Cristo lo que este necesita, y a cambio se va a encontrar con el don vivo que ella anhela en su corazón? Aquellos catecúmenos, al escuchar la historia de la samaritana antes de abandonar el templo, podían ver cómo a ellos se les anunciaba que iban a recibir el agua viva. Israel pedía agua a Dios para calmar su sed natural, la samaritana, y con ella la Iglesia, y en ella cada uno de nosotros, le pedimos agua a Cristo para que calme nuestra sed sobrenatural, nuestra sed del Dios vivo.

La gracia de Cristo, su agua viva, hará del cristiano que la reciba un templo vivo: ya no hará falta ir al monte Sión o al Garizín para adorar a Dios. El bautizado puede hacerlo allá donde decida para bien de Dios, no buscándose a sí mismo, sino a Dios, ya esté en el templo, en la calle o solo en su casa; sano y fuerte como un roble o débil y enfermo, postrado en cama. Ese es el culto «en espíritu y en verdad», el que hacemos por acción del Espíritu Santo, no al margen de la Iglesia, sino en la Iglesia, pues por ella comunica Cristo el don del Espíritu.

La Iglesia, como samaritana, busca calmar la sed de los demás, busca dar a conocer al Señor que le ha dicho todo sobre ella: ¿quién no quiere ese conocimiento de gracia? Esta segunda parte de la Cuaresma nos incita a volver sobre el bautismo que un día se nos regaló, porque aunque busquemos de multiples formas, y conviene reconocerlas, sólo Cristo calma nuestra sed, sed del Dios vivo.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


De la oración litúrgica a la oración personal… el prefacio de la Virgen María, en la Anunciación del Señor

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, nuestro Señor.
Porque la virgen creyó el anuncio del ángel:
que Cristo, por obra del Espíritu Santo
iba a hacerse hombre por salvar a los hombres;
y lo llevó en sus purísimas entrañas con amor.
Así, Dios cumplió sus promesas al pueblo de Israel
y colmó de manera insospechada la esperanza de los otros pueblos.
Por eso, los ángeles te cantan
con júbilo eterno y nosotros nos unimos a sus voces
cantando humildemente tu alabanza…

 

Para la Semana

Lunes 20:
san José, esposo de la Virgen María. Solemnidad.

2Sam 7,4-5a. 12-14a. 16. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

Sal 88. Su linaje será perpetuo.

Rom 4,13.16-18.22. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza.

Mt 1,16.18-21.2a. José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

o bien: Lc 2,41-51a. Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.

Lucas 4,24-30. Jesús, al igual que Elías y Elíseo, no ha sido enviado en beneficio exclusivo de los judíos.

Martes 21:

Daniel 3,25-34-43. Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.

Sal 24. Señor, recuerda tu misericordia.

Mateo 18,21-35. Si cada cual no perdona de corazón a su hermano, tampoco el Padre os perdonará.
Miércoles 22:

Deuteronomio 4,1.5-9. Poned por obra los mandatos.

Sal 147. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Mateo 5,17-19. Quien cumpla y enseñe será grande.
Jueves 23:

Jeremías 7,23-28. Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios.

Sal 94. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Lucas 11, 14-23. El que no está conmigo, está contra mí.
Viernes 24:

Oséas 14,2-10. No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.

Sal 80. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.

Marcos 12.28b-34. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor y lo amarás.
Sábado 25:
Anunciación del Señor. Solemnidad.

Is 7,10-14.8,10b. Mirad: la virgen está encinta.

Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Hb 10,4-10. Así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí: para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad.

Lc 1,26-38. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.