“No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo”. Estas palabras de la segunda lectura se pueden aplicar de modo particular a San José, hombre justo, como nos dice el Evangelio de hoy. En la fe de San José destacan algunos rasgos particulares. Podríamos sintetizarlos en la confianza, la obediencia pronta y compatible con la responsable iniciativa.

Desposado con María, se encuentra con algo realmente desconcertante: “antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo”. Cómo explicarse semejante misterio sin dudar de la honestidad de su esposa. Sin embargo, ante lo que no comprende se abandona en Dios y le deja actuar. Porque no duda de la fidelidad de su esposa no la denuncia, pero para obedecer la ley tiene que repudiarla. Como es justo, un hombre dócil a Dios, juzga rectamente y espera ante lo que no entiende. Así, encuentra la solución, no sin la intervención del Espíritu Santo, y decide “repudiarla en secreto”. Ahora no comprende el plan de Dios, sólo después le será revelado, aunque no todo, sólo lo suficiente: “no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Ahora, sencillamente obedece, haciendo “lo que le había mandado el ángel del Señor”. Nos deja un ejemplo valiosísimo para nuestras vidas: ante lo que nos desconcierte y no entendamos. Si nos abandonamos en Dios, al final comprenderemos cómo Dios hace que todas las cosas confluyan para nuestro bien (cf. Rm 8, 28).

La respuesta de San José es la fe que se hace obediencia rápida para cumplir la voluntad de Dios: “cuando se despertó”. No lo dejo para más adelante, buscando un momento más propicio. Es una fe operativa: “hizo”: la fe es siempre activa, no es una virtud pasiva. Cuando es auténtica, tiene un dinamismo interior que no permite quedarse parado. Abandonarse en las manos de Dios, no es pasividad. Es confiar en que Él sabe más y que quiere hacernos instrumentos suyos. Abandono es docilidad y prontitud a la hora de poner los medios, hacer cuanto está a nuestro alcance, algo con lo que siempre cuenta Dios, porque somos en sus manos instrumentos libres. San José no se queda parado. No renuncia a pensar ni hace dejación de su responsabilidad (cuidar al Niño y a la Madre). Al contrario, pone al servicio de la fe toda su experiencia humana, todas sus cualidades. Por eso cuando vuelve de Egipto “oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá” y cambia el plan de viaje (cf Mt 2, 22). Ha aprendido a poner toda su capacidad, su inteligencia al servicio de la voluntad de Dios y por eso ha aprendido a moverse dentro del plan de Dios ¡Cuántas veces nosotros hacemos al revés y ponemos todas nuestras capacidades, nuestra inteligencia y buscamos todos los argumentos para hacer coincidir la voluntad de Dios con la nuestra.

Porque la fe de San José se hace obediencia, esta fe obediente pone en movimiento la esperanza. Entonces, la obediencia de la fe se convierte en esperanza, en abandono. Espera porque ama de este modo. La fe, el amor, la esperanza, se convierten en el eje de la vida de San José. La entrega de San José se llena de amor fiel, de fe amorosa, de esperanza confiada. Su fiesta es, por tanto, un buen momento para que todos renovemos nuestra entrega a la vocación de hijos de Dios. Renovar la entrega es renovar la fidelidad a lo que el Señor quiere de nosotros. Le pedimos a San José que con su ejemplo e intercesión nos ayude a renovar nuestra fidelidad y nuestra vida cristiana.