“Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad”. Allí apedrearon luego a Esteban.

A quien molesta, le arrojan a las tinieblas exteriores, le quitan de en medio. Todo vale cuando se trata de apagar la voz de la verdad.

Le sucedió a Cristo mismo, a Esteban, y a otros muchos santos de la historia. Hoy hacemos memoria de uno de los santos Padres más importantes: San Atanasio. Fue desterrado cinco veces. Y no hubo más ocasión, porque el pobre se murió del disgusto.

Pese a una vida muy dura, su obra escrita es prolija. Dedicó muchos esfuerzos a reconducir los errores arrianos hacia la verdad del Evangelio. Estaba en duda la naturaleza divina de Cristo, y por lo tanto, el corazón mismo de su obra salvífica. Si Cristo no es Dios, no puede darnos lo que no es: no podría darnos vida divina, y la redención sería pura pantomima, pues quedaría todo reducido a un barniz externo al hombre. El Concilio de Nicea se nutre mucho de la clara doctrina de San Atanasio al respecto.

Los errores arrianos cundieron por gran parte de la cristiandad y fueron muy difundidos, especialmente a través de canciones populares que todos tenían en la cabeza. Y de la cabeza pasa al corazón, y de tanto repetirlo, acaba uno creyéndose cualquier cosa. Es una llamada de atención a los educadores: no vale que los niños escuchen cualquier cosa, como tampoco vale que vean cualquier cosa.

La divinidad de Cristo es el dato original del cristianismo. Él es Dios encarnado, no una criatura que dice ser un dios. Tampoco es Dios que toma forma aparentemente humana. Es cien por cien Dios y cien por cien hombre. Las dos naturalezas a la vez unidas por la encarnación de la Persona del Verbo eterno de Dios.

La celebración de la Eucaristía es una obra divina, una acción sagrada, mediante la cual el Señor sigue hablándonos como Palabra eterna, y en cuanto Mesías, sigue redimiéndonos, ofreciendo su propia vida en sacrificio. La gloria de su resurrección nos levanta y nos fortalece de nuestras debilidades.

La eucaristía es nuestra fortaleza porque recibimos la Fortaleza misma; es nuestra luz porque nos ilumina la Luz misma. La Santa Misa, la Eucaristía, es nuestro alimento, nuestro pan de cada día, porque en ella recibimos el Pan de la vida. ¡Qué buena petición para el día de hoy: «Señor, danos siempre de este pan»! Que Cristo sea Dios es el gran consuelo del cristiano, además de una verdad de fe.

San Atanasio nos haga defensores de la divinidad de Jesucristo y amantes del Pan de la eucaristía.