En Madrid celebramos hoy la memoria de san José María Rubio, canonizado por san Juan Pablo II en su última estancia en España (2003). Celebró su primera Misa en la Colegiata de San Isidro; fue coadjutor en Chinchón y párroco de Estremera. El ingreso en la orden de los Jesuítas la realizó a los 55 años. Destacó por ser un gran confesor y por su dedicación a los pobres. A su muerte, el arzobispo de Madrid, Eijo y Garay le denominó «apóstol de Madrid», y le puso como modelo para los sacerdotes de la diócesis.

El P. Rubio solía repetir que el camino hacia la santidad es “hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Hacer y querer. Dos verbos preciosos que orientan la vida hacia el Señor.

Pero ese movimiento hacia Dios, en realidad es en realidad como nos mueve Él hacia sí: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. La atracción y moción divina, el mover Dios nuestra vida hacia Él, se explica por el misterio de la gracia y los dones del Espíritu Santo, que nos permite pensar como Jesús y obrar como Él, con sus mismos sentimientos.

Para la santidad de vida no se necesitan doctorados ni hacer un máster, aunque estos ayuden. Hay santos que vivieron rodeados por gente muy brillante humanamente hablando, con una preparación intelectual y humana de alto nivel. Dicen del P. Rubio que su oratoria no brillaba como la de otros hermanos con los que vivía. Quizá una homilía preparada en el fondo y en la forma de modo “profesional” no mueva tanto las almas como un predicador lleno de amor de Dios que es cauce de la gracia para muchos corazones.

La iglesia nos insiste a los sacerdotes que no es importante sólo la forma y el fondo de las homilías, sino sobre todo su alma. La homilía brota de la oración, como un icono brota de la contemplación de Dios.

Pidamos por todos los que en la iglesia tienen la misión de anunciar el evangelio a través de las homilías, las catequesis, las clases, etc., para que en primer lugar nos encomendemos a la gracia de Dios, pidamos ser instrumentos dóciles que comuniquen la gracia de Dios a los hermanos. Se lo pedimos especialmente a S. José María Rubio.